Santiago en mí

Archivo para el día “noviembre 19, 2010”

Sencillamente no puedo estar de acuerdo

Leo asombrado el artículo titulado Santiago, urbanismo decandente, publicado en el sitio web HavanaTimes por Dariela Aquique, santiaguera de nacimiento (según ella menciona). En el mismo, la autora se basa de las fotos tomadas durante “una tarde de paseo” para, auxiliándose del Diccionario Cervantes, dar a la ciudad el calificativo que encabezan sus palabras, además de utilizar los adjetivos “cutre y lastimero” cuando al panorama urbanístico de Santiago se refiere; mientras se lamenta de que, amén de la existencia de la Oficina del Conservador de la Ciudad, institución que según sus palabras (que por demás me parecen irrespetuosas para con la Oficina) “se supone trabaja en pos del rescate de dicho patrimonio”, sorprende “encontrar semejante deterioro, justamente en el llamado Casco Histórico”.

Desconozco si la autora aún vive en esta ciudad del Caribe. Si es así, no entiendo cómo puede utilizar un lenguaje tan denigrante para referirse a la ciudad que la vio nacer; colocándose en una posición claramente extremista, desde la cual sólo puede ver las manchas del sol.

Reconozco que aún existen en la ciudad, incluso en el Centro Histórico de la misma, edificaciones en un estado lamentable de deterioro. Ahí está el Hotel Imperial, de exquisito barroquismo, o el Cine-Teatro Oriente, por tan sólo mencionar dos casos ubicados en la céntrica Calle Enramadas, ambos en la desidia, mas no en el olvido. La propia Dariela menciona que “el paso de los años y la precaria situación económica y social que atraviesa el país” han afectado la imagen urbanística de Santiago. Luego, no entiendo cómo espera que una situación externa que durante tantos años (la última restauración capital de la calle Enramadas, por ejemplo, data de 1967) tanto afectó al fondo constructivo de Santiago sea resuelto en apenas “unos años” de creada la Oficina del Historiador.

Una cosa es cierta, la Oficina del Historiador de la Ciudad de Santiago de Cuba, no es la del Historiador de La Habana; los recursos no fluyen con la misma celeridad. A pesar de eso, en Ciudad de la Habana, donde viví durante cinco años, se puede hablar de la misma desidia, de la misma decadencia, de los mismos “fondos habitacionales totalmente exterminados por derrumbes parciales y totales que llevan más de diez y hasta veinte años sin haber sido rescatados”. De los mismos mencionados “otrora muy amados cines de barrio”, recuerdo el de la céntrica calle San Lázaro, en estado de abandono. Pero no creo que por esto nadie diga  “se supone” que el Historiador de la Ciudad de la Habana trabaja para componer esta situación. Trabaja y punto; a la velocidad que le imponen los recursos materiales, con la prioridad que considere más adecuada. Por qué entonces medir con una vara diferente a nuestro Conservador de la Ciudad.

En su paseo por Santiago, la autora del artículo parece que olvidó pasar por el Parque Dolores, por el Café la Isabelica, por el IPU Rafael María de Mendive, por la Casa de Francisco Prat Puig, por el Ayuntamiento; tal vez no se sentó en los bancos del Parque Céspedes en la noche, bajo la luz de todas sus luminarias funcionales. La autora quizás no se ha detenido a ver una partida de ajedrez en el Parque Serrano, ni caminado por el adoquinado boulevard que lo rodea; o no ha disfrutado de un espectáculo infantil en la Plaza Aguilera. También se olvidó la autora de bajar por la Avenida Victoriano Garzón y ver sus casas recién pintadas, la farmacia Herrera tan hermosa como el primer día; o bien pudo haberse sentado a disfrutar de un helado en la ampliación del Coppelia. Se le escaparon a su lente los apuntalamientos que anuncian la reparación de las casas cercanas a la calle San Pedro. Tal vez no ha disfrutado de una película en el remozado Cine Cuba, el Rialto, o en el Cine Capitolio, tan funcional como cuando durante mis años de primaria (hace más de 10 o 20 años) nos llevaban a disfrutar de filmes para nuestra edad.

Desconocer la labor que bajo el nombre de Proyecto Centro, ha venido desarrollando desde el 2006 la Oficina del Historiador de la Ciudad, por el rescate de la imagen urbanística, cultural y social del Casco Histórico santiaguero, es un olvido imperdonable de Dariela Aquique.

Mi Santiago, el que me vio nacer, crecer, el que me recibió con los brazos abiertos después de cinco años de lejanía, no es perfecto, la perfección no existe. A los santiagueros nos duele la indolencia que a veces parece caer sobre alguna edificación, pero nos llena de regocijo el ver recuperado un callejón, una calle adoquinada, un nuevo restaurante, una plaza.

Por eso Dariela, sencillamente, no puedo estar de acuerdo con el enfoque de su artículo.

Cafeteria Isabelica

Conjunto escultórico del Parque Serrano

Fachada de la Farmacia Herrera, en la Avenida Garzón

De farmacias coloniales

Sobre boticas o farmacias ya he comentado en este blog, aunque desde un acercamiento más personal; basándome en las vivencias de mi abuelo quien, durante algunos años, ejerció como despachador en la farmacia del “gallego” Lorenzo. En estos días encontré, en cambio, un interesante artículo bajo la autoría del Dr. Carlos Rafael Fleitas Salazar, en el cual recoge algunos aspectos históricos de la actividad farmacéutica en el Santiago de Cuba colonial. Hoy quiero compartir con Uds una parte de la historia contada por el Dr. Fleitas.

La primera botica santiaguera fue creada en el siglo XVIII por Don Juan Saco y Quiroga, quien hizo valer su título de boticario y trajo a la ciudad el arancel para el precio de las medicinas, elaborado por el habanero Francisco de Teneza; aprovechaba así Saco y Quiroga, la ausencia en esta ciudad de Botica ni quien la pueda administrar, tal como se quejaba el Cabildo santiaguero de la época.

En 1847 llegó a la ciudad D. Juan José Henríquez, un nuevo maestro boticario proveniente de Portobelo, el cual tuvo que ser examinado por dos médicos profesionales dado que había dejado su título en Cartagena. Años más tarde, Fray Jerónimo de la Concepción, solicitó poner Botica en el Hospital de la Orden Betlemítica. En lo que restaba del siglo XVIII, presentaron su título de maestros farmacéuticos otros dos boticarios: D. Juan Carbonell y D. Rafael Baxén. Ya adentrándose el siglo XIX había en la ciudad sólo una botica registrada. Sin embargo, con las primeras décadas del siglo, esta situación fue revirtiéndose favorablemente. Para 1827 ya existían 10 boticas.

Cuenta el Dr. Carlos Rafael Fleitas Salazar en su artículo, que entre los principales problemas que aquejaban al ramo estaban la constante afluencia de charlatanes e innovadores de toda índole, que con la pretensión de expender milagrosas “novedades”, timaban a la población; además, la carencia de medicamentos (regularmente traídos de España); y el intrusismo que significaba que hasta en las tabernas y pulperías se pudiera adquirir un medicamento.

Estas dificultades lograron finalmente irse eliminando, sobre todo a partir de la instauración de la Ley de Sanidad de 1855 y las Ordenanzas de Farmacia de 1860; con las cuales se logró, hasta cierto punto, el control de los medicamentos por la clase médica. A esta regulación también contribuyeron las Ordenanzas del Término Municipal de Santiago de Cuba de 1881 en la cual se estipuló todo lo concerniente a la actividad farmacéutica en la ciudad. La creación de la Real Junta Superior Gubernativa de Farmacia, y de la Facultad de Farmacia en la Real y Literaria Universidad de La Habana contribuyeron a su vez al desarrollo y evolución de las ciencias farmacéuticas en la isla.

En 1887, el Licenciado Luis Carlos Bottino y Duzán, abrió un establecimiento que se convirtió en una de las droguerías insignias de nuestra ciudad: la Farmacia Bottino, sita en San Basilio esquina a Santo Tomás. Se caracterizó por ser un centro de novedades científicas y tecnológicas, como la instalación de la primera planta eléctrica de la ciudad, el 28 de junio de 1887; y además, por su actitud filantrópica, al facilitarle medicamentos gratis a los pobres. Otros farmacéuticos santiagueros también tuvieron una actitud similar, no sólo con los más necesitados, sino que incluso algunos se vieron enrolados en acusaciones y procesamientos penales por prestar ayuda a los mambises durante la gesta emancipadoras. El más notorio de todos fue el Licenciado Tomás Padró Sánchez Griñan, quien llegó a ostentar los grados de General de Brigada del Ejército Libertador durante la Guerra del 95.

Ya desde esas épocas las boticas santiagueras hacían honor al refrán popular “de todo como en Botica”, dada la variedad de artículos que en ellas se expendían. Sobre este aspecto hicimos mención cuando recordamos la Farmacia Lorenzo, ubicada en la Avenida Victoriano Garzón número 56. En su artículo el Dr. Fleitas Salazar también recoge una muestra de tales mercaderías que incluían: fajas para viajeros, tetos de varias clases, cojines de viento, aguas minerales españolas y de otras naciones, perfumes y un largo etcétera

Sin embargo no era sencillo abrir una nueva botica durante la colonia. El doctor Fleitas narra el enrevesado proceso que debía seguir quien se interesaba en abrir un establecimiento de este tipo:

“Para instalar una farmacia el interesado debía abrir un expediente en el Ayuntamiento, el cual constaba de la solicitud con los datos del farmacéutico, el título universitario, un plano de la farmacia, el aval del párroco, y un petitorio o lista de todo el instrumental y sustancias de que se contaría. Cuando el solicitante cumplía los requisitos exigidos de inmediato el alcalde pasaba el expediente al Subdelegado de farmacia, quien procedía a la visita del local en compañía dos o tres testigos que debían ser profesores de medicina y cirugía, el subdelegado de veterinaria y el secretario del ayuntamiento; en ocasiones el propio alcalde participaba de la visita. El solicitante pagaba un arancel al subdelegado de farmacia por concepto de la visita de inspección, que solía ser de 12 pesos con 50 centavos. Posteriormente si el establecimiento reunía las condiciones necesarias de capacidad, aseo y ventilación, se notificaba la aprobación por parte del Secretario del ayuntamiento y se devolvía el título al farmacéutico.”

La gran mayoría de las farmacias de Santiago cumplían con una estructura similar, que se adaptaba a edificaciones de una planta, en las cuales se constaba de un salón de ventas, un laboratorio y un almacén o depósito; aunque existieron excepciones como la del doctor D. Antonio Macías, cuyo establecimiento se ubicaba en la calle Sagarra baja número 1, en una edificación de dos plantas, en la segunda de las cuales se encontraba el almacén, el laboratorio, una biblioteca y el dormitorio del dueño. Con el tiempo ya no fue tan extraño ver farmacias con dos plantas donde, generalmente, el segundo piso se destinaba a la vivienda del dueño. Ese fue también el caso de la mencionada Farmacia Lorenzo, donde durante algunos años laborara mi abuelo.

Era costumbre también en nuestras farmacias decimonónicas, el expendio de remedios preparados a partir de productos naturales como el Pectoral de Anacahuita para enfermedades de garganta, pecho y pulmones; el aceite ferruginoso de hígado de bacalao para las enfermedades que provienen del empobrecimiento de la sangre; o la Zarzaparrilla de Bristol para enfermedades que tienen su origen en la sangre corrompida y humores viciados. Asimismo, nunca faltaron en Santiago de Cuba los suministros de sanguijuelas dragonas, tal como anunciaban la Droguería de Trenard y la Droguería del Comercio, ambas en la calle Marina.

El 24 de octubre de 1899, ya bajo dominio de los Estados Unidos, se efectuó en esta ciudad la primera reunión para constituir el Colegio de Farmacéuticos del Departamento de Santiago de Cuba. En total fueron once los fundadores del mismo: Francisco Durruty Lee, Luis Mestre Díaz, Silvestre del Castillo Bravo, Teobaldo Trenard Enfouse, Tomás Padró Griñán, Osvaldo Morales Fulleda, José Camacho Padró, Ángel Norma de las Cuevas, Manuel Planas Tur, Porfirio Carcasés Acosta y Juan Ravelo Asensio. Entre las labores de este Colegio se incluyó la posibilidad de revalidar títulos extranjeros, así como el examinar y dar títulos de practicantes de farmacia.

La antigua Farmacia Herrera

Pronto la existencia de farmacias en Santiago ya no representó un problema, todo lo contrario. Cuando hablé acerca del surgimiento, desarrollo y vida de la Farmacia Lorenzo, comenté una curiosidad que hoy traigo una vez más a estas líneas: si bien en el siglo XIX en toda la ciudad de Santiago se contaba con apenas 10 farmacias, para la época en que el gallego Lorenzo administraba su botica, se contabilizaba esa misma cantidad en apenas 2 km de recorrido, entre Plaza de Marte y Ferreiro. Si se enumeraban las que prestaban servicios en las cercanías de esa avenida santiaguera, el número crecería considerablemente. No calculemos entonces las que se ubicaban en toda la ciudad.

Hoy en día, las farmacias ubicadas en la ciudad de Santiago sobrepasan las 40.

Fuentes:

La actividad farmacéutica en el Santiago de Cuba colonial. Dr. Carlos Rafael Fleitas Salazar. En http://www.uvs.sld.cu/humanidades/plonearticlemultipage.2006-08-15.7480657408/la-actividad-farmaceutica-en-santiago-de-cuba-colonial

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