Sencillamente no puedo estar de acuerdo
Leo asombrado el artículo titulado Santiago, urbanismo decandente, publicado en el sitio web HavanaTimes por Dariela Aquique, santiaguera de nacimiento (según ella menciona). En el mismo, la autora se basa de las fotos tomadas durante “una tarde de paseo” para, auxiliándose del Diccionario Cervantes, dar a la ciudad el calificativo que encabezan sus palabras, además de utilizar los adjetivos “cutre y lastimero” cuando al panorama urbanístico de Santiago se refiere; mientras se lamenta de que, amén de la existencia de la Oficina del Conservador de la Ciudad, institución que según sus palabras (que por demás me parecen irrespetuosas para con la Oficina) “se supone trabaja en pos del rescate de dicho patrimonio”, sorprende “encontrar semejante deterioro, justamente en el llamado Casco Histórico”.
Desconozco si la autora aún vive en esta ciudad del Caribe. Si es así, no entiendo cómo puede utilizar un lenguaje tan denigrante para referirse a la ciudad que la vio nacer; colocándose en una posición claramente extremista, desde la cual sólo puede ver las manchas del sol.
Reconozco que aún existen en la ciudad, incluso en el Centro Histórico de la misma, edificaciones en un estado lamentable de deterioro. Ahí está el Hotel Imperial, de exquisito barroquismo, o el Cine-Teatro Oriente, por tan sólo mencionar dos casos ubicados en la céntrica Calle Enramadas, ambos en la desidia, mas no en el olvido. La propia Dariela menciona que “el paso de los años y la precaria situación económica y social que atraviesa el país” han afectado la imagen urbanística de Santiago. Luego, no entiendo cómo espera que una situación externa que durante tantos años (la última restauración capital de la calle Enramadas, por ejemplo, data de 1967) tanto afectó al fondo constructivo de Santiago sea resuelto en apenas “unos años” de creada la Oficina del Historiador.
Una cosa es cierta, la Oficina del Historiador de la Ciudad de Santiago de Cuba, no es la del Historiador de La Habana; los recursos no fluyen con la misma celeridad. A pesar de eso, en Ciudad de la Habana, donde viví durante cinco años, se puede hablar de la misma desidia, de la misma decadencia, de los mismos “fondos habitacionales totalmente exterminados por derrumbes parciales y totales que llevan más de diez y hasta veinte años sin haber sido rescatados”. De los mismos mencionados “otrora muy amados cines de barrio”, recuerdo el de la céntrica calle San Lázaro, en estado de abandono. Pero no creo que por esto nadie diga “se supone” que el Historiador de la Ciudad de la Habana trabaja para componer esta situación. Trabaja y punto; a la velocidad que le imponen los recursos materiales, con la prioridad que considere más adecuada. Por qué entonces medir con una vara diferente a nuestro Conservador de la Ciudad.
En su paseo por Santiago, la autora del artículo parece que olvidó pasar por el Parque Dolores, por el Café la Isabelica, por el IPU Rafael María de Mendive, por la Casa de Francisco Prat Puig, por el Ayuntamiento; tal vez no se sentó en los bancos del Parque Céspedes en la noche, bajo la luz de todas sus luminarias funcionales. La autora quizás no se ha detenido a ver una partida de ajedrez en el Parque Serrano, ni caminado por el adoquinado boulevard que lo rodea; o no ha disfrutado de un espectáculo infantil en la Plaza Aguilera. También se olvidó la autora de bajar por la Avenida Victoriano Garzón y ver sus casas recién pintadas, la farmacia Herrera tan hermosa como el primer día; o bien pudo haberse sentado a disfrutar de un helado en la ampliación del Coppelia. Se le escaparon a su lente los apuntalamientos que anuncian la reparación de las casas cercanas a la calle San Pedro. Tal vez no ha disfrutado de una película en el remozado Cine Cuba, el Rialto, o en el Cine Capitolio, tan funcional como cuando durante mis años de primaria (hace más de 10 o 20 años) nos llevaban a disfrutar de filmes para nuestra edad.
Desconocer la labor que bajo el nombre de Proyecto Centro, ha venido desarrollando desde el 2006 la Oficina del Historiador de la Ciudad, por el rescate de la imagen urbanística, cultural y social del Casco Histórico santiaguero, es un olvido imperdonable de Dariela Aquique.
Mi Santiago, el que me vio nacer, crecer, el que me recibió con los brazos abiertos después de cinco años de lejanía, no es perfecto, la perfección no existe. A los santiagueros nos duele la indolencia que a veces parece caer sobre alguna edificación, pero nos llena de regocijo el ver recuperado un callejón, una calle adoquinada, un nuevo restaurante, una plaza.
Por eso Dariela, sencillamente, no puedo estar de acuerdo con el enfoque de su artículo.