Comenzó la XXV Edición de Boleros en Santiago (me pregunto todavía si no se trata de otro eufemismo antinostálgico por los Boleros de Oro, que marcaron hitos en el hoy —aún— marchito Teatro Oriente).
Este año, como nunca, tuve la oportunidad de convertirme casi en protagonista de la jornada inicial. Más allá de la habitual complicidad que significa participar en las galas programadas; viví de cerca, junto a parte de los músicos que conformarán el talento artístico de las jornadas por venir, los trajines y sacrificios que estos amantes del bolero hacen por defender, contra viento, marea y reguetton, este género cubano desde sus raíces.
Dedicado en esta edición a Mirtha Arencibia, Minín Flores, Ana Potrié y Eddy Álvarez; la primera jornada de este Festival se celebró, precisamente, en los barrios donde viven estos boleristas.
Hasta sitios tan lejanos como el distrito José Martí, o el Centro Urbano Abel Santamaría (El salao) llegó el bolero y los artistas.
Y entonces emocionaba ver a esos cantantes de sesenta o más, sufriendo los resabios de una guagua que daba más patadas que un caballo cerrero, algunos sin haber probado un bocado, dependiendo del buffet que pronosticaba cada barrio.
Pero allí estaban, lozanos, moviéndose al ritmo de una conga que los recibía a la llegada a uno de las cuadras de Veguita de Galo; cantando frente a un numeroso público de todas las edades y razas, que los recibía con aplausos; algunos, con los ojos asombrados llenos de este género que no les resulta (paradójicamente) conocido.
Hasta allí, al el barrio de Mirtha Arencibia, llegaron consagrados como Nancy Maura, Zulema Iglesias, Eva Griñán, Gabino Jardinez y el Trío Melodías de Oro; y otros jóvenes talentos como Giselle Lage. Pero la gran sensación resultaba la actuación de Farah María, una de las glorias de la cancionística cubana. De vecino a vecino flotaba la pregunta ¿dónde está Farah?, y la presencia de la reconocida artista seguro fue un gran regalo para los que hasta altas horas de la noche, compartieron del bolero.
Yo fui menos osado, no esperé el final de la jornada; pero me fui convencido de la calidad humana y profesional de los artistas santiagueros, de los amantes del bolero. Estoy seguro que, con defensores como estos, el Festival Boleros en Santiago todavía tendrá muchas ediciones más.
Hoy será la Gala de Inauguración, en la hermosa Sala Dolores, y se anuncia un elenco de lujo que encabeza el Orfeón Santiago, Farah María, Coco Freeman y Ángel Bonne, entre otros consagrados del patio. Más tarde, en el patio “La jutía conga”, de la UNEAC, todo quedará en la complicidad de la música y los tragos (demasiados tragos diría yo), con las habituales descargas de bolero.
Santiago es bolero. Y eso siempre se agradece.
Nunca deja de parecerme impresionante. No importa cuántos años pasen, a cuantos desfiles asista: la mole humana que cubre toda la avenida que da entrada a la ciudad de Santiago de Cuba es, cuando menos, sobrecogedora.
Sin embargo, cada año también miro las actividades del primero de mayo en el país, con otra mirada.
¿Qué impulsa a tantos miles a desfilar cada año, asistir a plazas y avenidas desde bien temprano en la madrugada, esperar horas, a veces bajo un sol que, aún a las ocho de la mañana, es inclemente, para pasar en apenas unos minutos frente a la presidencia del acto; llenar las calles de las ciudades cubanas de un colorido espectacular?
No tengo la respuesta; ni creo que nadie la tenga: solo cada uno de los miles que componen esa marea que tanto impresiona a propios y ajenos, es conciente de sus motivos. El que pretenda elucubrar, afirmar, especular con las razones que mueven a esas multitudes, de seguro fracasará o caerá, irremediablemente, en el más panfletario de los ridículos.
Dudo que cada desfile sea una demostración de unidad absoluta de criterios, como no lo es la ficticia “unanimidad” que nos ha acompañado durante años. Pero también es iluso creer que todos los que allí están lo hacen bajo presión: (más cuando conozco cientos de casos que no han asisten a los desfiles y siguen imperturbables en sus trabajos).
Habría que adentrarse entre la multitud, preguntar (como diría algún bloguero, sin micrófono ni cámara en mano) para intentar obtener un acercamiento a las motivaciones de cada individuo.
Seguro las respuestas serán variadas: desde aquellas que una tradición de discursos y lemas han insertado en el subconsciente, hasta las más ingenuas; desde las más suspicaces, hasta las más discordantes; pero solo la suma de todas nos permitiría acercarnos a los límites difusos de un suceso como los desfiles del primero de mayo en el país.
Entre ellos también están los que aún nos los cobija un techo, los que viven en casas tambaleantes como las que dejamos a un lado del camino; los que de seguro al regresar a sus casas soltarán pancartas y banderas y las sustituirán por ladrillos y cemento. ¿Qué los lleva a ellos a desfilar?…
Mientras, sólo puedo hablar de lo que veo en mi entorno; de esos colegas que en medio de las penumbras en fuga se descubren y saludan con tal efusividad, que no pareciera que apenas veinticuatro horas antes estaban sentados codo a codo en su trabajo.
De esos niños que desfilan alegres junto a sus padres y colegas de labor, como uno más de los maestros, doctores, obreros, científicos que llenan avenidas.
De esa brasileña cuasi aplatanada que se queja de haber perdido las fotos del desfile anterior y anda como loca tomando nuevas instantáneas de su tercer desfile.
De otros tantos extranjeros que sobresalen entre tanto negro, tanto mestizo, que comparten la caminata, el sol, la alegría, la experiencia…
De esos cubanos que olvidarán insomnio, sol y caminata, para unirse al ritmo de la corneta china cuando el desfile del primero de mayo de 2013, ya sea historia.