Alegrías de vivir
Pensé que tendría que volver sobre esas recurrentes impuntualidades de la “hora cubana”. A las dos y treinta de la tarde Ahmed me dijo por tercera vez que estaba a punto de irse, y una abuelita había preguntado otras tres veces “cuándo comenzaría la actividad”. Yo veía alejarse mi primera incursión en el Encuentro de Poetas del Caribe y el Mundo.
Entonces llegó la guagua.
Luego de casi una hora de espera, bastaron apenas unos minutos para las orientaciones: Miguel, Marisol y Ahmed permanecerían allí; nosotros partimos hacia nuestro objetivo, unos metros más adelante: la Casa de Abuelos “Alegrías de vivir”, en el reparto Sueño de esta ciudad.
No más llegar y ¡sorpresa!, todo parecía indicar que no nos esperaban. Y ahora, ¿qué hacer? Ya valorábamos la posibilidad de volver y unirnos a los colegas que habíamos dejado atrás, cuando apareció Santiago, el administrador de la Casa…y nos invitó a pasar, luego de pedir disculpas por la demora, totalmente justificada.
De repente nos vimos en el comedor de la casona, frente a miles de años vividos que nos escrutaban con curiosidad; y la pregunta que hasta entonces no se había revelado apareció ¿qué leer?, ¿cómo llegar a estos abuelos?
Por suerte, la duda duró menos que la espera; teníamos a mano un arma infalible: Erika Abad; poeta, narradora, doctora en Medicina y futura mamá (en ese orden); quien a todo esto, une una pasión por el canto, valga decir, pasión correspondida.
Con la primera canción, Erika nos ganó al público. Luego todo fue más fácil. La narradora Yurina Parada leyó sus cuentos, algunos llenos de una picardía que no escapó a los sentidos octagenarios; Manuel Gómez compartió tres fragmentos de su novela recién escrita, en la que juega con la historia del sombrero robado a la estatua de Miguel Matamoros, en pleno parque Serrano de esta “ciudad-caldosa”, “ciudad-orinal”. Impulsado por unos abuelos que atendían como si en lo que dijéramos le fuera la vida (¿no habrá alguna verdad en eso?), leí tres de mis poemas, incluido uno dedicado a mi abuelo.
Erika nos marcaba el ritmo con otra canción, esta de Benny Moré, casi un ídolo entre los dueños de casa. Una segunda ronda de cuentos, incluido uno “picantico” del Marqués de Sade que, tres siglos después todavía provocó carcajadas en un público exquisito.
A esa hora se nos unieron los poetas Miguel Fransisco, Marisol Mendoza y Ahmed Espino, que habían concluido su lectura en la cercana Casa de Abuelos “Corazones contentos” y; dejados llevar por ese ambiente creado entre poetas, narradores y abuelos; quisieron compartir también un poco de su obra.
¿Se han peguntado cuál es el mejor público para leer poesía? Ahora sé que no son esos intelectuales y seudointelectuales, que aplauden al delirio mientras menos entienden, que dan palmadas aprobatorias en la espalda que acuchillan, que beben y conversan mientras al frente alguien suda sus versos, pensando tal vez en unirse pronto al jolgorio y conversar y beber mientras otro suda a su vez.
El mejor público es esa veintena de ancianos en el comedor de “su casa”, que te aplauden y ríen, y acompañan las canciones con voz rajada, que nos dedican dos canciones con las que también se complacen entre ellos, y se muestran tal como son a diario, con esas alegrías de vivir que aún tienen, aún cuando desde una semana atrás son uno menos.
“No nos olviden”, dicen ellos, “gracias por venir, que se repita”, nos piden con unas sonrisas que les acompañan aún cuando se van, jabita en mano, como tal vez a esa hora hagan sus nietos en una escuela cercana.
Yo también agradezco, no sé a quien, a la vida, a los organizadores de este Encuentro de Poeta (coordinado por Teresa Melo) que me invita, cuando aún el título me queda inmenso. Agradezco a esos abuelos de “Alegrías de vivir” y a todos los que también debieron estar esa tarde con nosotros…agradezco, simplemente agradezco, porque el regalo fue para mí.