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Desempolvando parques y plazas santiagueras

 

Plaza de la Libertad (Plaza de Marte), Santiago de Cuba 1945

Plaza de la Libertad (Plaza de Marte), Santiago de Cuba 1945

Más de un mes de espera para el reencuentro, y al fin fue. Lástima que no con todos los glamoures esperados. Con ausencias de entrañables y otras de última hora. Con reajuste de programas y sillas vacías. Pero como bien se dijo: “estábamos lo que teníamos que estar”.

Estábamos no pocos fieles a la Peña Cultural “Desempolvando”, que retomó su horario y espacio habitual del tercer viernes de cada mes en el patio interior del Archivo Histórico Provincial de Santiago de Cuba (AHPSC); luego de un receso programado en el mes de julio.

El tema de esta nueva edición (ya se pierden en los números en el recuerdo de tantas) se había anunciado desde el pasado mes de junio: los parques y plazas de Santiago de Cuba.

Fue un recorrido extenso, pero ameno; cargado de curiosidades y anécdotas, como las que puede tener cualquier santiaguero que se haya sentado en uno de los tantos parques y plazas que se asientan en la ciudad.

Fue un recorrido que nos llevó (como se hace costumbre en este espacio) desde aquellos orígenes fundacionales, de estricto cumplimiento a las Leyes de Indias, donde la estructura y crecimiento de la villa giraba entorno a la Plaza de Armas; con la iglesia mayor frente a la Casa de Gobierno, y la Casa del Gobernador a un lado de la misma (y de ahí la pregunta; ¿no es acaso Santiago de Cuba, una de las pocas, si no la única ciudad cubana que cumple exactamente con estos dictámenes?); hasta los más recientes parques y plazas de un ciudad que (siempre lo he pensado) pudiera discutirle el apelativo de Ciudad de los Parques a la vecina Holguín.

No es que queramos arrebatarle a los nororientales su epíteto; pero como tal y como ocurre con el trazado urbanístico holguinero, en Santiago de Cuba también es posible encontrar un “eje” de parques y plazas que se extiende en toda la longitud de la urbe.

En alguno de los documentos celosamente protegidos en el AHPSC ya se hacía mención a ese “eje”. Claro que por entonces apenas estaba constituido por el Parque de Céspedes (Plaza de Armas), el Parque José V. Aguilera (Parque Dolores), y la Plaza de la Libertad (Plaza de Marte).

Pero hoy, siguiendo ese recorrido, los transeúntes pueden refrescar del bochorno de una tarde santiaguera, en no pocos parques y plazas que guardan en sí detalles tan curiosos como el del llamado Parque del Amor, en la Avenida Manduley del afamado reparto Vista Alegre, donde se muestra el (quizás) único busto de José María de Heredia Girard, primo del poeta del Niágara, José María Heredia y Heredia; a quien se dedica también un hermoso parque a unos pocos metros de distancia.

También se habló de tradiciones que nacieron asociadas a los parques, como las retretas, esas descargas musicales que amenizan hoy las noches de fines de semana del Parque de Céspedes, y que son motivo de orgullo de la ciudad desde los siglos XVI y XVII.

En efecto, documentos históricos que también conforman los fondos del AHPSC, brindan detalles sobre esta costumbre.

Por ejemplo, en un documento de 1788, se afirma que las retretas, protagonizadas por agrupaciones musicales de pequeño formato, integradas por negros y mulatos, se celebraban los jueves y domingos a las 9 de la noche en verano, y una hora antes en invierno.

Pero, más allá del fin lúdico de esta costumbre, también cumplía por entonces con otra función: al finalizar la última pieza del programa, quedaba señalado el momento justo en que todos debían regresar a sus casas so pena de recibir una multa si permanecían en la calle dos horas después de tocada la ultima nota. ¡Cosas del Santiago colonial!

Parque Zoológico Santiago de Cuba 1950

Vista del primer Parque Zoológico de Santiago de Cuba. 1950

Otros parques y plazas fueron objeto del desempolvar de algunos especialistas invitados, como la MSc Elsa Almaguer, quien brindó algunos detalles sobre la Alameda Michaelsen y el MSc. Alfredo Sánchez, encargado de profundizar en la historia del primer Parque Zoológico de la ciudad (1911), ubicado al inicio de la Avenida Manduley, en la misma entrada del reparto Vista Alegre.

Así, entre historias recontadas, remembranzas y quizás alguna que otra nostalgia de los que lucen canas, transcurrió esta tarde de reencuentro en la que, sin embargo, se extrañaron otras opciones culturales; aunque vale destacar un cierre de lujo con artistas de la Compañía de Teatro Macubá, con la obra “La gran contada”, una de las que tal vez haya sido presentada también, en algún que otro parque de la ciudad.

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La Normal….a pesar de los pesares

Hace ya unos días tengo a “punta de lápiz” una entrada dedicada a la antigua Escuela Normal de Oriente para Maestros, todavía conocida por todos los santiagueros por ese nombre ya centenario. Pero en mí habitaba el “monstruo” de la inconformidad, y no quise publicar sobre el tema hasta no redondear más todo cuanto tenía por decir.

Con ese objetivo decidí llegarme hasta la hermosa edificación ubicada a un costado del actual Museo Abel Santamaría, antiguo Hospital Civil “Saturnino Lora”, en una de las posiciones más privilegiadas de la ciudad.

Vista de la Escuela Normal para Maestros de Oriente en la actualidad.

Nada más llegar a la entrada de la breve carretera interior que durante años sirvió de alivio a los caminantes, quienes encontraban es su trayecto sombreado un alivio a sus pasos y un ahorro inestimable de tiempo y energía para llegar desde la calle Trinidad hasta la Calle San Jerónimo, muy cerca de la Plaza de Marte; me percaté que esa imagen prendida en mí por la costumbre de un uso ya descontinuado en el tiempo, había desaparecido totalmente. Unas rejas cierran el paso y sólo dan lugar a una improvisada conferencia con el custodio de turno, quien será el encargado de hacer llegar al interior de la edificación, el objeto de nuestras pesquisas, en busca de la aprobación necesaria.

Sin amilanarme, a pesar del intenso sol de las dos la tarde, decidí plantearle al custodio mi interés en acceder a la instalación para hacer unas anotaciones y, de ser posible, conocer qué desempeños cumplen estos espacios en la actualidad. Unos minutos mediaron entre mi solicitud y la aprobación, llegada no se de qué alma caritativa, a recorrer las instalaciones de La Normal.

Un breve vistazo me muestra de inmediato una edificación que, a pesar de su centenaria estampa, hace galas de no pocas modernidades, incluidos unos teléfonos públicos que exponen su anacronismo a un lateral de lo que fue la Escuela Superior Anexa a La Normal, y en los cuales unas jóvenes cumplen, con la estampa indiscreta de los alumnos becados, el ritual de la llamada a casa o a algún que otro enamorado “extramuros”, supongo. Tomo unas notas breves para nutrir esta entrada y de inmediato me dirijo al benefactor custodio para informarle mi interés de acceder a la edificación principal (tal es el ambiente de encierro que se percibe en los perímetros de la Escuela, que no puedo escapar del impulso de pedir aprobación para cada uno de mis pasos). Con el propio custodio logro informarme que en la actualidad la Escuela Normal es un centro formador de Maestro para la Educación Primaria; el regreso a los orígenes, pienso, y, agradecido, dirijo mis pasos hacia el frente de la fachada principal del Edificio donde reza en grandes letras talladas sobre la piedra ESCUELA NORMAL, custodiado por sendos bustos de los cuales sólo reconozco el de Frank País, mientras el otro se escurre entre mis apuros sin permitirme identificar de quién se trata. Sobre la puerta de entrada, empotrada en la piedra, una tarja de bronce informa de la construcción de la edificación entre 1900 y 1902, como resultado de la colecta de “$10.000.00 para esta obra”, llevada a cabo bajo la administración del interventor Leopoldo Wood. A un costado de la entrada, en una tarja más pequeña, se declara el carácter de Monumento Nacional de la Escuela.

Al llegar, me presento a unas trabajadoras del lugar y les informo de mi interés de conocer un poco sobre el Centro y lo que en él se realiza en la actualidad, con vistas a complementar la información que poseo. Gentilmente me confirman la función de centro formador de “maestros primarios”, y me indican que me dirija a la Dirección de la Institución para solicitar el permiso (una vez más la solicitud de autorización) de la Directora. Además, me informan que en el lobby de la instalación permanece montada una exposición sobre la historia de la Institución. Agradezco y me dirijo a en busca de la Dirección, no sin antes detenerme ante una hermosa vitrina y pasar una vista demasiado presurosa por sobre las decenas de fotos y documentos históricos allí expuesto; sólo hago un breve intervalo para copiar el Himno[i] que durante el pasado siglo entonaron los estudiantes de la Escuela Normal.

Un poco presionado por los aprestos de mis anteriores interlocutoras, “no vaya a ser que la directora salga y…”, llego por fin a un amplio despacho, extraordinariamente austero donde, tras un buró, desarrolla su trabajo la Directora. De ella sólo pude conocer que se llama Lucy. De inmediato me presento, y le planteo mi intención de escribir un breve artículo sobre la historia colonial de los terrenos y edificaciones que dieron lugar a los amplios salones que hacen eco a nuestra charla. En un breve reposo de mi discurso, la compañera Lucy me mira condescendiente y me dice que ella no está autorizada a dar “ese tipo de información”, para “eso” debo presentar una carta de mi centro de trabajo donde se solicite que yo reciba “esos servicios”, además de interrogar sobre quién o quienes soportan mi investigación. A sabiendas del derrotero que tomaba la entrevista, le explico que es un interés personal, que se trata de un artículo de carácter histórico, sin grandes pretensiones, ni interés en “develar” (ya a estas alturas me apropié de un lenguaje propio de las mejores películas de espías) nada de lo que se realiza o encuentra en sus instalaciones. Discurso estéril. Como interés personal debo solicitar una carta de autorización de parte de una de las Sub Directoras Provinciales que atiende la institución para que pueda acceder a “esa información”.

Parafraseo lo que mis sentidos lograron captar en medio de todas las ideas que me pasaron por la cabeza, al confirmarse que no sacaría más provecho que el que mi curiosidad me había brindado no más entrar a la “blindada” edificación. Pensé en aquellos tiempos de secundaria básica en los cuales, junto a mis compañeros de estudios, dedicábamos largas jornadas de estudio de la Química en las espaciosas aulas de La Normal, por aquellos tiempos, justo es reconocerlo, subutilizadas y presas del polvo y el olvido, pero abierta siempre a la curiosidad ajena, al ir y venir de santiagueros que, aún desde sus prisas, podían disfrutar de una arquitectura exquisita y de una vista maravillosa de la bahía santiaguera, por sobre los techos encanecidos de la ciudad. ¿Cuántos se verán privados hoy del contacto directo con un edificio de singular belleza, privados de atravesar sus espacios? Sentado en un impersonal sillón, escuchaba casi sin oír las justificaciones de la Directora de la Institución, mientras me lamentaba una vez más de la existencia de los “canales” burocráticos que alejan la historia del ciudadano común. ¿Cuántos santiagueros permanecerán ajenos a este fragmento de historia hasta que algún historiador tenga el ánimo suficiente de hacerse con el permiso para recibir “la información” necesaria sobre la Escuela; cuántos más hasta que esa información llegue a sus manos?

Mientras la Directora se justificaba y por mi mente pasaban estas cavilaciones, en mí se esbozaba una sonrisa pícara pues, sin proponérselo, la docente me había dado el motivo ideal para no hacer esperar más la publicación de esta entrada.

Así que, a pesar de los pesares, hoy les ofrezco algunos datos sobre la antigua Escuela Normal de Oriente, tomados, en gran parte, de un artículo publicado por Leopoldo García en el Boletín Acción Ciudadana Nro 84 de octubre de 1947, de las Crónicas de Santiago de Cuba de Carlos E. Forment y de la Enciclopedia Colaborativa Cubana Ecured

Etapa Colonial

Los terrenos donde se encuentra enclavada hoy la antigua Escuela Normal, conforman la parte más elevada de la ciudad. Según datos ofrecidos en el mencionado artículo La Escuela Normal de Oriente, del Boletín Acción Ciudadana, el edificio de la Escuela está ubicado “a 37 y medio metros sobre el nivel del mar. La distancia más cercana a nuestra bahía está en dirección al Oeste, estimándola en un cálculo aproximado de 1500 metros, lo que significa que su declinación hacia el mar es de 2 y medio centímetros por cada metro lineal; siendo su parte más violenta del declive en los primeros 500 metros, lo que proporciona a la Escuela y a todo lo adyacente una vista extraordinaria y hermosa, porque domina una extensión considerable de nuestra gran Sierra Maestra por el Oeste, Norte y Este, y una gran parte de nuestra tranquila y amplia bahía”.

En efecto, desde los alrededores de La Normal se disfruta de una vista única de la Sierra Maestra, siendo posible verla en casi toda la extensión de su eterno abrazo a la ciudad, sólo inconcluso por la presencia de la bahía. Es fácil imaginar que, en tiempos de la Colonia, cuando aún los afanes constructivos de la ciudad no constituían una amenaza para el paisaje, y la vista no chocaba con la agresiva arquitectura que la necesidad impuso en las últimas décadas, los transeúntes podían degustar del delicioso placer de abarcar en una mirada, la maravillosa amplitud del paisaje urbano reflejado en el apacible espejo de la bahía.

Imagen del Torreón "El Palomar"

Las condiciones naturales de este sitio fueron aprovechadas por los colonialistas españoles quienes construyeron allí el llamado Torreón El Palomar, “un gran torreón de dos pisos en forma octogonal” que sirvió de guarnición a las fuerzas combativas durante las guerras contra los independentistas cubanos. Este torreón ganó su nombre debido a que desde él se mantenía comunicación, por medio de palomas mensajeras, con las patrullas del ejército español que se encontraban destacadas en los diferentes frentes establecidos en diversos sitios de la ciudad y en las intrincadas montañas de la Sierra Maestra. Para el inicio de la guerra de 1895, las tropas españolas perfeccionaron su procedimiento de comunicación por medio de la instalación, en lo alto del segundo piso del torreón, de un heliógrafo, el cual aprovechaba la luz solar para establecer contacto con el casi medio centenar de fuertes y fortines que rodeaban la ciudad. Durante las noches usaban luces adecuadas para mantener las comunicaciones.

El 16 de julio de 1898, la ciudad de Santiago de Cuba rinde sus guarniciones como resultado de los combates establecidos en las afueras de la urbe contra las tropas cubano-norteamericanas. De esta forma, terminaron las actividades de El Palomar, convirtiéndose desde entonces en un lugar histórico dentro de la ciudad.

Precisamente, de esta historicidad del torreón El Palomar, se cuenta que surgió la idea de crear una escuela. Narra Leopoldo García en su artículo:

“En 1899 nos visitan unos ciudadanos norteamericanos del Estado de Massachussets y uno de ellos, encaramado sobre “El Palomar”, frente a la atalaya, sugiere la idea de destruir este torreón y en su mismo lugar, implantar una escuela pública, sustituyendo en esta forma un edificio de guerra por otro de enseñanza elemental y cultural.”

La historia ha olvidado el nombre del gestor de esta idea, sólo se menciona que éste ciudadano tal vez perdió a un hijo durante los combates de la Loma de San Juan.

Etapa republicana

Para la ejecución de la obra se recolectaron 10 000 pesos, los cuales fueron entregados al Gobernador General de la Isla, Leonardo Wood, quien se comprometió de inmediato con las labores, hasta que, en 1902 se dio por terminada la construcción del edificio en el cual se instaló la Escuela Pública Nro 1, más conocida como Escuela Modelo. La placa de bronce empotrada sobre la entrada de la Escuela, hace referencia a la creación de esta obra en los siguientes términos:

“Construido 1900-1902—Leopoldo Wood, USA— Gobernador General de la Isla de Cuba.— Col. S.M. Whitside, USA.—Comandante Militar—Mayor W. M. Black, USA.—Mayor H.F. Hodges, USA.—Jefe de Ingeniería del Departamento de Cuba.—Capt. S.D. Rockenlach, Ingeniero del Distrito.— Lugarteniente M.F. Hanna, USA –Comisionado de Escuelas Públicas.– G.W. Armitace, arquitecto. – Algunos individuos del Estado de Massachussets han donado $10.000.00 para esta obra.”

Sobre sus valores arquitectónicos, Ecured describe:

“El proyecto del edificio esta inspirado en los Modelos arquitectónicos de las escuelas norteamericanas, con plante en forma de H y dos niveles, el primero para aulas, y el segundo, inicialmente, a patio cubierto, éste posteriormente se transformó en salones para aulas. Puede inscribirse dentro del Estilo neocolonial, y constituye un ejemplar único en su tipo en Santiago de Cuba.

Fue construido con piedra traída de Río de Grande, confeccionada en grandes bloques escuadrados que le imprimen a la fachada una textura singular, las maderas de puertas, ventanas, escaleras del vestíbulo y techo son de Ciprés y Pino de Georgia, Pino blanco, Cedro, Sabicú. La carpintería de los dos niveles es sencilla y funcional, en el primero es de pivotes verticales con paños de cristal, en el segundo presenta una secuencia de arcos de medio punto con lucetas fijas y batientes encristalados. Los planos de cubierta inclinada en los corredores y el segundo nivel están conformados a partir de tejas francesas que le imprimen una roja coloración a esta sobria edificación.”

Vista de la Escuela Modelo, luego Escuela Mormal para Maestros de Oriente

La Escuela Modelo se mantuvo en funcionamiento hasta el 10 de octubre de 1916, cuando en sus instalaciones, y las del edificio anexo (que había quedado listo el 15 de julio de 1902), se estableció la Escuela Normal para Maestros de Oriente. En sus Crónicas de Santiago de Cuba, Carlos E. Forment recuerda esta fecha y brinda algunos detalles sobre la constitución del claustro:

“… En horas de la mañana se efectuó la inauguración de la Escuela Normal para Maestros, cuyo primer director fue Enrique J. Molina y Cordero, doctor en Pedagogía y Derecho Civil y notario público a quien acompañaban la señora María L. de Deas de Mancebo; Dr. César Cruz Bustillo y Libia Escanaverino de Beltrán, médicos ambos; Isabel Lora Yero, maestra de instrucción pública y Daniel Serra Navas, profesor de trabajos manuales, secretario de la escuela.

En el curso siguiente, año escolar 1917 a 1918, ingresaron los profesores: Max Henríquez Ureña y Esperanza Quesada Villalón, doctores en Filosofía y Letras y Derecho Civil; Rodolfo Hernández Girón, pintor y escultor, y Serafina Portuondo Dolman, profesora de piano.”

La primera graduación de la escuela se llevó a cabo en 1920 y consistió de treinta y dos muchachas y tres varones. Ya para la década del cincuenta, las matrículas sobrepasaban los cuatrocientos alumnos entre hembras y varones.

En el uniforme típico de las (los) estudiantes de La Normal, sobresalía la corbata, cuyos colores identificaban el año cursado. Así, las (los) estudiantes de primer año usaban corbata azul, los de segundo roja, en tercer año se portaba una corbata de color marrón, y el cuarto año se distinguía por el color verde.

Para el año 1947 (en que se escribió el artículo de Acción Ciudadana) en el piso alto funcionaba un aula con su laboratorio de Física y Química; otra de Trabajo Manual Económico-Doméstico y otra de Trabajos Manuales en general para hembras y varones (en una de las fotos mostradas en la exposición del lobby de la edificación en la actualidad, se pueden ver a los alumnos durante una clase de manualidades). Como resultado de estas últimas clases se exhibían, en ese entonces en una sus aulas, dos maquetas hechas a la perfección por los alumnos. En una de ellas se representa el antiguo torreón El Palomar, y la otra a la Escuela Normal de Oriente.

En su Planta Baja funcionaban cuatro aulas destinadas a cada uno de los cuatro cursos que representan los estudios superiores correspondientes a la graduación de Maestro Normal, según Leopoldo García, estaban distribuidos de la siguiente forma: “en la parte sur del edificio están los de primer y segundo año, y en la parte norte, las de tercero y cuarto año”

Otras áreas que conformaban la escuela eran: el Aula Magna “Floro Pérez”, destinada a la música y con una capacidad de 8×16 metros; la Escuela Superior Anexa, donde se preparaban los estudiantes que aspiraban a ingresar a La Normal y cuya primera directora fue Elisa González, según consta en una pequeña tarja de mármol colocado en la base que soporta el asta de una bandera; la Biblioteca, con su admirable colección de textos en lengua castellana; y los amplios terrenos deportivos en los cuales se practicaba fundamentalmente baloncesto.

Hoy en día

En 1998 el edificio principal fue objeto de proceso de restauración y ese mismo año fue declarado Monumento Nacional.

Atrás parecen haber quedado los tiempos en que el santiaguero atravesaba la empinada carretera interior de La Normal, para llegar rápidamente desde Trinidad hasta la Plaza de Marte, y viceversa, dejando escapar un gesto de fastidio si en alguna ocasión veía cerrada las enormes verjas de uno u otro lado.

La Normal es vista por los transeúntes desde la fría distancia de “lo prohibido”, absteniéndose de ser testigo de una edificación de no pocos atractivos arquitectónicos, y de una profunda huella histórica.

A los pies de la Edificación principal aún se extienden los terrenos deportivos de la Escuela, por suerte, ajenos a las limitaciones de las áreas cercanas. Allí, todavía es común ver a no pocos santiagueros, y santiagueras, practicar diversos deportes, aun cuando con el transcurso del tiempo el abandono ha ido haciendo mella de las instalaciones, que asemejan desde la distancia el polvoriento escenario de una película del oeste.

Sin embargo, la silueta majestuosa de la Sierra Maestra en permanente retozo con la bahía, la zigzagueante telaraña de calles que desciende presurosa hasta la Alameda, el reflejo del sol sobre el mar de techumbres que brotan desde las laderas del terreno en declive, alivian los ánimos de quien llega hasta los perímetros excluyentes de La Normal y regalan así, la verdadera experiencia a recordar.

Otros cuerpos de edificios fueron creados para dar respuestas al incrementote matrículas áreas deportivas.


[i] Himno de la Escuela Normal de Oriente

Hosanna Normalista

cantemos a la escuela

que rauda el alma vuela

de suave ritmo en pos.

Hosanna, Hosanna, Hosanna

cantemos sin demora

que llegó la hora,

de levantar la voz.

De la escuela en las aulas austeras

recibimos la luz del saber,

y en las pruebas de examen severas

nuestra dicha es el triunfo obtener.

Juveniles los ecos llevemos,

de las aulas al son del laúd

al probar que aprendimos cantemos

del maestro la ciencia y virtud.

Padre Pico, el hombre

Ya hemos hablado en este blog de la popular (por qué no famosa) Escalinata de Padre Pico, enclavada en la calle del mismo nombre, otrora calle Hospital. Sus cualidades, su historia, sus leyendas, han elevado a esta arteria a una especie de mito popular, robándole de esta forma, a su nombre, toda huella de la humanidad que alguna vez lo poseyó. Es por esto que hoy me nutro de un artículo aparecido en el número 24 del Boletín Acción Ciudadana (Octubre 31 de 1942) en el cual se nos presentan algunos datos biográficos del Padre Pico, el hombre.

Bernardo Antonio del Pico y Redín, nació en Santiago de Cuba el 20 de agosto de 1726 y fue bautizado en la Santa Iglesia Catedral nueve días después. La posición holgada de su familia le permitió darle al pequeño una educación muy cuidadosa que lo inclinó, desde muy temprana edad, a abrazar la carrera eclesiástica, la cual estudió en el Colegio Seminario San Basilio el Magno.

Joven aún, dados sus merecimientos e inteligencia, ocupó cargos de responsabilidad en la Iglesia Católica, como son los de Consultor de Santo Oficio, Cura Rector de la Iglesia de Santo Tomás Apóstol, Prebendado Racionero, Promotor Fiscal, Vicario Episcopal, Provisor y Vicario y Dean del Cabildo, este último, cargo con que fue distinguido por recomendación del Obispo y nombramiento del Rey.

Del Pico y Redín fue reconocido por su labor altruista y sus obras de “caridad y progreso”, siendo la más recordada la fundación de la Casa de Beneficencia. Se cuenta que días antes de su muerte, ante el temor de que “sus pobres” fueran abandonados, ratificó en la última voluntad de su testamento de fecha 10 de noviembre de 1813, que todos sus bienes fueran heredados por dicho establecimiento, como en efecto se hizo.

El Padre Pico falleció en esta ciudad y fue sepultado en la Iglesia Catedral, el 14 de noviembre de 1813.

Vista de la Escalinata de Padre Pico en 1939

El 12 de octubre de 1903, el Ayuntamiento de Santiago de Cuba, en mérito a la obra del estimado santiaguero, acordó designar una de las calles de la ciudad con el nombre de Padre Pico, y fue seleccionada al efecto, la antigua calle del Hospital, que ostentaba ese nombre por encontrarse por encontrarse en dicha calle el “Hospital de San Juan de Dios”. Apenas diez días antes, se había estrenado la popular escalinata que marcaría, para siempre, la trascendencia de esta arteria santiaguera.

Del Padre Pico, el Boletín Acción Ciudadana escribió:

“El Dr Bernanrdo Antonio del Pico y Redín, fue un sacerdote ejemplar, que predicó a la manera de Cristo, la religión que profesaba, encendiendo el amor en las almas y compartiendo su pan con los necesitados”.

El Mercado de Aguilera

El Mercado La Plaza, o más comúnmente, el Mercado Aguilera, está ubicado en la manzana que comprenden las calles Aguilera, Heredia, Padre Pico y Gallo. A diario es visitado por miles de santiagueros en busca de productos agrícolas, cárnicos, pescados y otras variedades de bienes y servicios. Pero quizás muchos transiten por sus laberínticos espacios, ignorantes de una historia que data de los tiempos coloniales que convierten a este sitio en uno de los espacios de la ciudad que han mantenido su función original durante más de un siglo.

Según cuenta en las páginas del número 43 del Boletín Acción Ciudadana, el eminente historiador santiaguero Dr. Ernesto Buch López, para 1859 la ciudad no contaba con un mercado que pudiera cumplir con las exigencias de una población que para la fecha alcanzaba casi los 32 mil habitantes y aumentaba por días, a la par que ampliaba el volumen de sus negocios. Abundaban, sin embargo, “comercios ambulantes” en zonas como el Campo de la Libertad (hoy Plaza de Marte), el camino del Caney (la actual Avenida Victoriano Garzón) y el Tivolí; pero los mismos no daban abasto a las demandas crecientes de la población. Se hacía, pues, necesario el establecimiento de un mercado de mayores proporciones y situado, a su vez, en su lugar céntrico de la ciudad; no obstante, la magnitud de la obra y los costos para su realización habían detenido los planes de ejecución.

Una vista del Mercado de Concha en pleno siglo XIX

El impulso decisivo para el inicio de las obras que dotarían a Santiago del anhelado mercado, se debió a la gestión del Gobernador político y Comandante General de la Plaza Oriental, Carlos Vargas Machuca. Como era costumbre de la época, las obras de construcción se pusieron a remate y fueron cedidas al señor Manuel Cherizola quien les dio inicio en 1856 y las culminó para el 31 de diciembre de 1859, fecha escogida por el gobernador oriental para la apertura oficial del Mercado de Concha, nombrado así en Homenaje al Gobernador Militar de la Isla, José Gutiérrez de la Concha. Tiempo después asumiría el nombre Mercado de Aguilera.

Otra imagen del Mercado de Aguilera

Como sucede cuando lo anhelado llega, cuando el sueño se vuelve realidad, el anuncio de la apertura del nuevo Mercado santiaguero se convirtió en motivo para celebraciones que se enlazarían con las ya de por sí multitudinarias fiestas de fin de año. La crónica de la jornada la detalla en su artículo el Dr Buch:

Todas las clases sociales se congregaron aquella tarde memorable. Un público inmenso que invadía todo el perímetro del mercado y sus calles adyacentes daban gracias al Señor por el sentido avance de progreso, y prorrumpían en aclamaciones al generoso propulsor que hacía posible con el arresto de su actividad, tantas bondades para esta abandonada urbe.

Antes de comenzar la solemne inauguración, se presentó Vargas Machuca con sus ayudantes, vestidos de gala, a la cabeza del Ilustre Ayuntamiento. En la parte occidental se había levantado un precioso altar, y allí se encontraban desde muy temprano, el Tesorero de la Santa Basílica, Pbro. Marcelino de Quiroga, acompañado del Prebendado Pedro Ramírez de Estenoz y el Pbro Modesto Mustelier.

Con augusto ceremonial comenzó el rito religioso y tras las bendiciones de rigor en tales casos solemnes, los padrinos, Brigadier Vargas y la opulenta dama santiaguera, orgullo de nuestros salones por su belleza, alcurnia y distinción, Magdalena Nariño de Griñán, recibieron una estruendosa ovación. Vargas Machuca conmovido, usó de la palabra refiriéndose al beneficio que representaba para todos aquella innovación, extendiéndose en congratulaciones por la ayuda que le había prestado el Ayuntamiento. Le siguió el Alférez Real y denodado Regidor santiaguero, Don Andrés Duany Valiente, que patentizó en emocionadas frases aquella nueva realidad de acierto del Gobernador.

Se “coreó”, como era de rigor, un clamoroso ¡viva! a la Reina Isabel y al Brigadier Vargas Machuca, y seguidamente los reunidos se dieron a inusitada diversión. Las orquestas de la época ofrecieron hasta altas horas de la noche lo mejor de su repertorio. Se danzó, y hubo profusión de regalos, de dulces y bebidas. El júbilo era contagioso.

Estado en que se encontraba el Mercado de Aguilera en 1951

En su artículo de 1944, el Dr Ernesto Buch destacaba el hecho de que a los ochenta y seis años de su apertura el Mercado siguiera prestando sus servicios. Entonces, qué decir del remozado edificio que hoy se alza, bajo el nombre de Mercado La Plaza (aún cuando el antiguo nombre de Mercado Aguilera se mantiene en la preferencia popular), en el mismo sitio de aquel que fue objeto del jolgorio popular el último día del año 1859, acumulando en sus cimientos más de 150 años de prestaciones.

Vista del Mercado Aguilera en 1952


Fuente
El Mercado de Concha. De Santiago Colonial Dr Ernesto Buch López. Boletín Accion Ciudadana. Nro 45, 1944, pp10-11 (31 de julio)

El Colegio «San Basilio el Magno»

Tiempo atrás publicamos en este blog un breve artículo publicado por Argelio Santiesteban en el sitio digital CubaAhora, dedicado a la que se considera, por parte del autor y algunos historiadores, “la primera Universidad cubana”: el Seminario de San Basilio el Magno.

Hace poco, hojeando las polvorientas páginas del número 42 del Boletín Acción Ciudadana, tropiezo, en sus páginas centrales, con un extraordinario artículo firmado por el historiador santiaguero Dr Ernesto Buch López en su acostumbrada sección Del Santiago Colonial, bajo el título “El Seminario de San Basilio”, el cual sirve de complemento extraordinario a la anterior entrada a la cual hice alusión.

Por la exquisitez del relato del Dr Buch, prefiero mantener el estilo y fluidez de su pluma original, y transcribir íntegramente el contenido tal y como aparece en las páginas del Boletín de 1944.

“El Seminario de San Basilio”

Por Dr Ernesto Buch López

Como un reto al avance arquitectónico yergue su vetusta armazón de madera recia, piedra y ladrillos y su anacrónico techo de tejas criollas, el amplio edificio colonial que desde 1772 hasta 1908 representó en nuestra ciudad el más avanzado sentido educacional de la provincia. Situado en las céntrica calles de San Juan Nepomuceno (hoy Mariano Corona), por donde tiene su entrada, y Bartolomé Masó, (antes San Basilio), de la que tomó el nombre, con una espléndida vista al mar, esta reliquia de construcción del pasado se mantiene en gran parte con su misma fisonomía secular dando la sensación al que lo visita, de encontrarse petrificado en un sueño de centurias por la forma en que se conservan sus fachadas, el arcaico techo superpuesto en tres defensas similares, estilo que pareció imperar en el siglo XVIII; el barandaje con columnas de ácana u otro material consistente que resiste las dentelladas del tiempo; los pisos de mármol en su espaciosa sala y de ladrillos en los patios, y lo más cimero –como un flecha al azar—el detalle evocador de una veleta que ha perdido la rosa de los vientos, amén de la valiosísima capilla arzobispal donde hincaron la rodilla personajes engreídos, y en la que hechiza, como gema inmortal, un crucifijo que bien pudiera ser el esfuerzo que dio fama de escultor al gran poeta santiaguero Manuel de J. [Justo] Ruvalcaba.

Todo ello nos ha llevado a hilvanar recuerdos imborrables de viejos ciclos de cultura que hospeda aún ese caserón de antaño, en cuyas bóvedas sombrías aún resonaron los voces bulliciosas de aquellos niños preclaros que fueron Juan Bautista Sagarra, José Antonio Saco, los Ruvalcaba, Manuel María Pérez, José Fornaris, Tristán de Jesús Medina, Pedro Santacilia, Rafael María Merchán y otros dignos varones que cubrieron una etapa brillante en los destinos de la nacionalidad.

Una de las fachadas del antiguo Seminario. Foto: Ecured

El Seminario Conciliar de San Basilio el Magno y San Juan Nepomuceno, generalmente conocido como “Colegio de San Basilio” fue, más que una escuela de preparación religiosa, un instituto con relieve universitario en la mayor parte de su existencia, donde turnaron eminencias del Clero y del Foro, entre aquellos, el Pbro Ciriaco María Sánchez Hervas, más tarde Cardenal; Tristán de Jesús Medina, célebre intelectual; Juan Bautista Sagarra, de quien dijo Luz y Caballero que era una antorcha; Marcelino Quiroga; Francisco Barnada Aguilar, que murió con mitra de Arzobispo, y muchos más que la posteridad han consagrado como adalides de la virtud y el saber.

Se debe al progresista Obispo Fray Jerónimo Valdés, la hermosa iniciativa de su fundación, pero su eficacia, su trascendencia, su repercusión en el ámbito del país, fue producto casi exclusivo del eximio santiaguero Dr Santiago José de Hechavarría y de Elquezúa, primer Obispo Cubano, a quien tanto debe su nativa ciudad. Basta leer la introducción que hizo a los Estatutos del Seminario, para conocer el instinto de patriotismo regional que guió siempre al ilustre Prelado, “Entre los objetos –dice—de la visita Patronal que estamos haciendo, Cátedra de nuestra Diócesis y lugar de nuestro nacimiento, nos ha merecido la mayor consideración el Seminario Conciliar de San Basilio, establecido en ella desde 1772”.

Los Estatutos –muy notables por cierto—fueron redactados en 1774, aprobados por S.M según Real Cédula de 2 de octubre de 1871, impresos por orden del Dr Miguel Herrera Cangas, Dignidad de Chiantre y Vicario particular. Por esos Estatutos se determinaron primeramente las cualidades del origen, moralidad, trajes, ejercicios piadosos, literarios y de vacaciones, conducta, premios y castigos de aspirantes a Becas, organización de superiores, catedráticos y oficiales con los títulos el superior de Director, el inmediato de los colegiales con el de Pedagogo, dos Maestros de Gramática con títulos de Preceptores. Un Catedrático de Filosofía, dos de Cánones con los nombres de Primo y Vísperas y un maestro de Canto llano. Los cargos de Director y Pedagogo se cubrían por indicaciones del Prelado y los demás por rigurosa oposición. Como innovación se establecieron los estudios de Facultad de Derecho Civil y Matemáticas, estatuyéndose que “dichas facultades bien que no sean las más propias y positivamente conducentes al estado eclesiástico que es el fin para que se constituyen los seminarios, no desdicen ni tienen oposición con él y por otra parte son útiles a la nación en común y muy proficuas a esta porción de la isla distante de las otras partes en donde se enseña. Este motivo debe ser de un poderoso aliciente a todos los que se animen de un espíritu verdaderamente celoso por el patriotismo para no perderlo de jamás de vista”.

Antes, por Real Cédula de 16 de febrero de 1761, el soberano reinante, había recomendado al Obispo Morell que cuidas el fomento y conservación del Colegio Seminario de esta ciudad y este, de acuerdo con el Rector de la Universidad de la Habana, RESOLVIERON “que los cursos ganados en el Seminario podían incorporarse en dicha Universidad y con ellos optar las candidaturas a los Grados Académicos en las facultades de Leyes y Cánones”. Con tal motivo, se abrieron dichas cátedras en 14 de marzo de 1778, es decir, cuatro años después de haber sido confirmado el acuerdo por Real Cédula de 12 de junio de 1774.

El Seminario, en tan ventajosas condiciones, adquirió nombre dentro y fuera de la Isla, nutriéndose sus aulas con los más distinguidos jóvenes de la provincia.

Ya en 1803, se hicieron gestiones para convertir el Seminario en Universidad, redactándose unos Estatutos que, aunque muy discutidos, no tuvieron final aprobación. Se pretendía cursar todos los estudios de la Universidad Central, desde expedir títulos de Bachilleres en Artes, Teología, Cánones, Leyes, Medicina, Magisterio en Artes, hasta la Licenciatura y Doctorado de dichas facultades.

Ante el rechazo de estas pretensiones, que alarmaron los privilegios ya concedidos a la capital, todo no fue más que un animoso proyecto, manteniéndose el Seminario en la forma en que venía actuando desde 1778.

Con motivo del nuevo plan de estudios dictado para Cuba y Puerto Rico en 1842, se declararon inválidos los cursos académicos de Leyes y Sagrados Cánones del Seminario, prohibiéndose por tanto la incorporación de los cursos en la Universidad.

Esta drástica medida trajo un revuelo y ocasionó protestas que dieron lugar a una memorable reunión el 6 de julio de ese año, a la que asistieron el Gobernante Militar, el Vicario General del Arzobispado, prebendado Mariano de Usera y Alarcón; los comisionados del Ilustre Ayuntamiento, regidores, Manuel Colás y Lino Urbano Sánchez Limonta; los canónigos lectoral y racionero Don Miguel Hidalgo y Don Manuel Fernández Sánchez, y por la Real Sociedad Económica Don José López Brogiano, Lic. Pedro C. Salcedo y el secretario Emerenciano Jiménez, redactándose una exposición a los altos Poderes por la que “tales corporaciones que representaban el sentimiento de la provincia, imploraban el remedio de un mal grave que tenía en sumo abatimiento a todos lo habitantes y que amenazaba, por lo sucesivo, empobrecer la región y sumirla en la oscuridad y la desgracia. Dicho mal consiste en la falta absoluta de estudios en las facultades mayores, lo que se hacía más sensible después que los habitantes de esta provincia habían estado en posesión del privilegio que los monarcas habían concedido fundándose la clemencia soberana para otorgarla, en la razón de que Santiago estaba situada a larga distancia de La Habana en que el viaje era impropio y costoso, en que el sostenimiento de los estudiantes en tierras lejanas, gravosísimo para los padres y muy dañosos a los alumnos que con tal motivo se emancipaban antes de tiempo y cuando más necesitaban de la tutela celosa de sus mayores, y sobre todos, porque siendo esta ciudad la más antigua de la isla, capital de provincia, residencia de los primeros gobernadores y de la Silia entonces Diocesana, no podía menos que reintegrársele tal privilegio” del que se privaba sin razón por cuanto esta ciudad y la provincia estaban más poblados que en 1774, la juventud más brillante y numerosa, los medios pecuniarios para mantener a los jóvenes fuera del pueblo, escasos y reducidos por la subdivisión de la riqueza territorial, y agregaban, la juventud de Cuba (léase Santiago) no se aplica a las ciencias por el desconsuelo de no tener esperanza de hacer carrera y es muy raro que le hijo de este pueblo siga altos estudios de Universidad Central porque cuesta mucho trasladarse a La Habana y más sostenerse en ella, siendo cosa averiguada que de los treinta y seis mil habitantes que cuenta esta población, apenas 25 o 30 pueden hacer tan crecidas erogaciones.”

Tales clamores no dieron resultado práctico alguno, y sólo en 1871 cuando el General Balmaceda clausuró, como medida de guerra el Instituto de la ciudad, restableció el Seminario como el único facultado para expedir títulos de Bachiller. En 1876 volvieron a funcionar los Institutos que “manus militaris” habían concedido al Seminario.

“San Basilio” contó con un período muy floreciente en su historia considerándosele con razón, un centro cultural de primer orden, tan importante como el Seminario de San Carlos, de la Capital (también fundación gloriosa del santiaguero Obispo Santiago José de Hechavarría).

Cerca de dos siglos, el Seminario, de factura religiosa, moldeó altas conciencias, pues si su principal apostolado consistía en impulsar conocimientos eclesiásticos, universalizó experiencia y estimuló la aptitud del criollo, ya que en sus aulas, como alumnos primero y mentores después, brillaron grandes santiagueros. Hoy el edificio es un plantel de enseñanza con el nombre de Colegio “La Salle”. Sus actuales rectores procuran ajustar sus normas a modernos pronunciamientos de enseñanza, pero no olvidan que le legaron sus antecesores y que constituyen un visible orgullo de la Religión Católica.

El Seminario de ayer vive con el alma inmarcesible de una gloria que no se extingue jamás. Vinculado a ejecutorias que tienen entraña perdurable en la historia de Santiago de Cuba, lo recordamos hoy como una de las grandes cosas que florecieron en los oscuros días del integrismo colonial y que han contribuido a destacar nuestra ciudad como un centro de continuo adelanto y cultura.
Acción Ciudadana Nro 42, 1944, pp10-11 y 17 (30 de abril)

El 1 de agosto de 2003, luego de completa remodelación, el edificio que ocupaba el Seminario de San Basilio el Magno y luego el colegio La Salle, reabrió sus puertas al público como Museo Francisco Prat Puig, con la condición de Monumento Nacional.

Así luce hoy el antiguo Seminario, actual Museo "Fransisco Prat Puig", Monumento Nacional. Foto: Ecured

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