Hace ya unos días tengo a “punta de lápiz” una entrada dedicada a la antigua Escuela Normal de Oriente para Maestros, todavía conocida por todos los santiagueros por ese nombre ya centenario. Pero en mí habitaba el “monstruo” de la inconformidad, y no quise publicar sobre el tema hasta no redondear más todo cuanto tenía por decir.
Con ese objetivo decidí llegarme hasta la hermosa edificación ubicada a un costado del actual Museo Abel Santamaría, antiguo Hospital Civil “Saturnino Lora”, en una de las posiciones más privilegiadas de la ciudad.
Vista de la Escuela Normal para Maestros de Oriente en la actualidad.
Nada más llegar a la entrada de la breve carretera interior que durante años sirvió de alivio a los caminantes, quienes encontraban es su trayecto sombreado un alivio a sus pasos y un ahorro inestimable de tiempo y energía para llegar desde la calle Trinidad hasta la Calle San Jerónimo, muy cerca de la Plaza de Marte; me percaté que esa imagen prendida en mí por la costumbre de un uso ya descontinuado en el tiempo, había desaparecido totalmente. Unas rejas cierran el paso y sólo dan lugar a una improvisada conferencia con el custodio de turno, quien será el encargado de hacer llegar al interior de la edificación, el objeto de nuestras pesquisas, en busca de la aprobación necesaria.
Sin amilanarme, a pesar del intenso sol de las dos la tarde, decidí plantearle al custodio mi interés en acceder a la instalación para hacer unas anotaciones y, de ser posible, conocer qué desempeños cumplen estos espacios en la actualidad. Unos minutos mediaron entre mi solicitud y la aprobación, llegada no se de qué alma caritativa, a recorrer las instalaciones de La Normal.
Un breve vistazo me muestra de inmediato una edificación que, a pesar de su centenaria estampa, hace galas de no pocas modernidades, incluidos unos teléfonos públicos que exponen su anacronismo a un lateral de lo que fue la Escuela Superior Anexa a La Normal, y en los cuales unas jóvenes cumplen, con la estampa indiscreta de los alumnos becados, el ritual de la llamada a casa o a algún que otro enamorado “extramuros”, supongo. Tomo unas notas breves para nutrir esta entrada y de inmediato me dirijo al benefactor custodio para informarle mi interés de acceder a la edificación principal (tal es el ambiente de encierro que se percibe en los perímetros de la Escuela, que no puedo escapar del impulso de pedir aprobación para cada uno de mis pasos). Con el propio custodio logro informarme que en la actualidad la Escuela Normal es un centro formador de Maestro para la Educación Primaria; el regreso a los orígenes, pienso, y, agradecido, dirijo mis pasos hacia el frente de la fachada principal del Edificio donde reza en grandes letras talladas sobre la piedra ESCUELA NORMAL, custodiado por sendos bustos de los cuales sólo reconozco el de Frank País, mientras el otro se escurre entre mis apuros sin permitirme identificar de quién se trata. Sobre la puerta de entrada, empotrada en la piedra, una tarja de bronce informa de la construcción de la edificación entre 1900 y 1902, como resultado de la colecta de “$10.000.00 para esta obra”, llevada a cabo bajo la administración del interventor Leopoldo Wood. A un costado de la entrada, en una tarja más pequeña, se declara el carácter de Monumento Nacional de la Escuela.
Al llegar, me presento a unas trabajadoras del lugar y les informo de mi interés de conocer un poco sobre el Centro y lo que en él se realiza en la actualidad, con vistas a complementar la información que poseo. Gentilmente me confirman la función de centro formador de “maestros primarios”, y me indican que me dirija a la Dirección de la Institución para solicitar el permiso (una vez más la solicitud de autorización) de la Directora. Además, me informan que en el lobby de la instalación permanece montada una exposición sobre la historia de la Institución. Agradezco y me dirijo a en busca de la Dirección, no sin antes detenerme ante una hermosa vitrina y pasar una vista demasiado presurosa por sobre las decenas de fotos y documentos históricos allí expuesto; sólo hago un breve intervalo para copiar el Himno[i] que durante el pasado siglo entonaron los estudiantes de la Escuela Normal.
Un poco presionado por los aprestos de mis anteriores interlocutoras, “no vaya a ser que la directora salga y…”, llego por fin a un amplio despacho, extraordinariamente austero donde, tras un buró, desarrolla su trabajo la Directora. De ella sólo pude conocer que se llama Lucy. De inmediato me presento, y le planteo mi intención de escribir un breve artículo sobre la historia colonial de los terrenos y edificaciones que dieron lugar a los amplios salones que hacen eco a nuestra charla. En un breve reposo de mi discurso, la compañera Lucy me mira condescendiente y me dice que ella no está autorizada a dar “ese tipo de información”, para “eso” debo presentar una carta de mi centro de trabajo donde se solicite que yo reciba “esos servicios”, además de interrogar sobre quién o quienes soportan mi investigación. A sabiendas del derrotero que tomaba la entrevista, le explico que es un interés personal, que se trata de un artículo de carácter histórico, sin grandes pretensiones, ni interés en “develar” (ya a estas alturas me apropié de un lenguaje propio de las mejores películas de espías) nada de lo que se realiza o encuentra en sus instalaciones. Discurso estéril. Como interés personal debo solicitar una carta de autorización de parte de una de las Sub Directoras Provinciales que atiende la institución para que pueda acceder a “esa información”.
Parafraseo lo que mis sentidos lograron captar en medio de todas las ideas que me pasaron por la cabeza, al confirmarse que no sacaría más provecho que el que mi curiosidad me había brindado no más entrar a la “blindada” edificación. Pensé en aquellos tiempos de secundaria básica en los cuales, junto a mis compañeros de estudios, dedicábamos largas jornadas de estudio de la Química en las espaciosas aulas de La Normal, por aquellos tiempos, justo es reconocerlo, subutilizadas y presas del polvo y el olvido, pero abierta siempre a la curiosidad ajena, al ir y venir de santiagueros que, aún desde sus prisas, podían disfrutar de una arquitectura exquisita y de una vista maravillosa de la bahía santiaguera, por sobre los techos encanecidos de la ciudad. ¿Cuántos se verán privados hoy del contacto directo con un edificio de singular belleza, privados de atravesar sus espacios? Sentado en un impersonal sillón, escuchaba casi sin oír las justificaciones de la Directora de la Institución, mientras me lamentaba una vez más de la existencia de los “canales” burocráticos que alejan la historia del ciudadano común. ¿Cuántos santiagueros permanecerán ajenos a este fragmento de historia hasta que algún historiador tenga el ánimo suficiente de hacerse con el permiso para recibir “la información” necesaria sobre la Escuela; cuántos más hasta que esa información llegue a sus manos?
Mientras la Directora se justificaba y por mi mente pasaban estas cavilaciones, en mí se esbozaba una sonrisa pícara pues, sin proponérselo, la docente me había dado el motivo ideal para no hacer esperar más la publicación de esta entrada.
Así que, a pesar de los pesares, hoy les ofrezco algunos datos sobre la antigua Escuela Normal de Oriente, tomados, en gran parte, de un artículo publicado por Leopoldo García en el Boletín Acción Ciudadana Nro 84 de octubre de 1947, de las Crónicas de Santiago de Cuba de Carlos E. Forment y de la Enciclopedia Colaborativa Cubana Ecured
Etapa Colonial
Los terrenos donde se encuentra enclavada hoy la antigua Escuela Normal, conforman la parte más elevada de la ciudad. Según datos ofrecidos en el mencionado artículo La Escuela Normal de Oriente, del Boletín Acción Ciudadana, el edificio de la Escuela está ubicado “a 37 y medio metros sobre el nivel del mar. La distancia más cercana a nuestra bahía está en dirección al Oeste, estimándola en un cálculo aproximado de 1500 metros, lo que significa que su declinación hacia el mar es de 2 y medio centímetros por cada metro lineal; siendo su parte más violenta del declive en los primeros 500 metros, lo que proporciona a la Escuela y a todo lo adyacente una vista extraordinaria y hermosa, porque domina una extensión considerable de nuestra gran Sierra Maestra por el Oeste, Norte y Este, y una gran parte de nuestra tranquila y amplia bahía”.
En efecto, desde los alrededores de La Normal se disfruta de una vista única de la Sierra Maestra, siendo posible verla en casi toda la extensión de su eterno abrazo a la ciudad, sólo inconcluso por la presencia de la bahía. Es fácil imaginar que, en tiempos de la Colonia, cuando aún los afanes constructivos de la ciudad no constituían una amenaza para el paisaje, y la vista no chocaba con la agresiva arquitectura que la necesidad impuso en las últimas décadas, los transeúntes podían degustar del delicioso placer de abarcar en una mirada, la maravillosa amplitud del paisaje urbano reflejado en el apacible espejo de la bahía.
Imagen del Torreón "El Palomar"
Las condiciones naturales de este sitio fueron aprovechadas por los colonialistas españoles quienes construyeron allí el llamado Torreón El Palomar, “un gran torreón de dos pisos en forma octogonal” que sirvió de guarnición a las fuerzas combativas durante las guerras contra los independentistas cubanos. Este torreón ganó su nombre debido a que desde él se mantenía comunicación, por medio de palomas mensajeras, con las patrullas del ejército español que se encontraban destacadas en los diferentes frentes establecidos en diversos sitios de la ciudad y en las intrincadas montañas de la Sierra Maestra. Para el inicio de la guerra de 1895, las tropas españolas perfeccionaron su procedimiento de comunicación por medio de la instalación, en lo alto del segundo piso del torreón, de un heliógrafo, el cual aprovechaba la luz solar para establecer contacto con el casi medio centenar de fuertes y fortines que rodeaban la ciudad. Durante las noches usaban luces adecuadas para mantener las comunicaciones.
El 16 de julio de 1898, la ciudad de Santiago de Cuba rinde sus guarniciones como resultado de los combates establecidos en las afueras de la urbe contra las tropas cubano-norteamericanas. De esta forma, terminaron las actividades de El Palomar, convirtiéndose desde entonces en un lugar histórico dentro de la ciudad.
Precisamente, de esta historicidad del torreón El Palomar, se cuenta que surgió la idea de crear una escuela. Narra Leopoldo García en su artículo:
“En 1899 nos visitan unos ciudadanos norteamericanos del Estado de Massachussets y uno de ellos, encaramado sobre “El Palomar”, frente a la atalaya, sugiere la idea de destruir este torreón y en su mismo lugar, implantar una escuela pública, sustituyendo en esta forma un edificio de guerra por otro de enseñanza elemental y cultural.”
La historia ha olvidado el nombre del gestor de esta idea, sólo se menciona que éste ciudadano tal vez perdió a un hijo durante los combates de la Loma de San Juan.
Etapa republicana
Para la ejecución de la obra se recolectaron 10 000 pesos, los cuales fueron entregados al Gobernador General de la Isla, Leonardo Wood, quien se comprometió de inmediato con las labores, hasta que, en 1902 se dio por terminada la construcción del edificio en el cual se instaló la Escuela Pública Nro 1, más conocida como Escuela Modelo. La placa de bronce empotrada sobre la entrada de la Escuela, hace referencia a la creación de esta obra en los siguientes términos:
“Construido 1900-1902—Leopoldo Wood, USA— Gobernador General de la Isla de Cuba.— Col. S.M. Whitside, USA.—Comandante Militar—Mayor W. M. Black, USA.—Mayor H.F. Hodges, USA.—Jefe de Ingeniería del Departamento de Cuba.—Capt. S.D. Rockenlach, Ingeniero del Distrito.— Lugarteniente M.F. Hanna, USA –Comisionado de Escuelas Públicas.– G.W. Armitace, arquitecto. – Algunos individuos del Estado de Massachussets han donado $10.000.00 para esta obra.”
Sobre sus valores arquitectónicos, Ecured describe:
“El proyecto del edificio esta inspirado en los Modelos arquitectónicos de las escuelas norteamericanas, con plante en forma de H y dos niveles, el primero para aulas, y el segundo, inicialmente, a patio cubierto, éste posteriormente se transformó en salones para aulas. Puede inscribirse dentro del Estilo neocolonial, y constituye un ejemplar único en su tipo en Santiago de Cuba.
Fue construido con piedra traída de Río de Grande, confeccionada en grandes bloques escuadrados que le imprimen a la fachada una textura singular, las maderas de puertas, ventanas, escaleras del vestíbulo y techo son de Ciprés y Pino de Georgia, Pino blanco, Cedro, Sabicú. La carpintería de los dos niveles es sencilla y funcional, en el primero es de pivotes verticales con paños de cristal, en el segundo presenta una secuencia de arcos de medio punto con lucetas fijas y batientes encristalados. Los planos de cubierta inclinada en los corredores y el segundo nivel están conformados a partir de tejas francesas que le imprimen una roja coloración a esta sobria edificación.”
Vista de la Escuela Modelo, luego Escuela Mormal para Maestros de Oriente
La Escuela Modelo se mantuvo en funcionamiento hasta el 10 de octubre de 1916, cuando en sus instalaciones, y las del edificio anexo (que había quedado listo el 15 de julio de 1902), se estableció la Escuela Normal para Maestros de Oriente. En sus Crónicas de Santiago de Cuba, Carlos E. Forment recuerda esta fecha y brinda algunos detalles sobre la constitución del claustro:
“… En horas de la mañana se efectuó la inauguración de la Escuela Normal para Maestros, cuyo primer director fue Enrique J. Molina y Cordero, doctor en Pedagogía y Derecho Civil y notario público a quien acompañaban la señora María L. de Deas de Mancebo; Dr. César Cruz Bustillo y Libia Escanaverino de Beltrán, médicos ambos; Isabel Lora Yero, maestra de instrucción pública y Daniel Serra Navas, profesor de trabajos manuales, secretario de la escuela.
En el curso siguiente, año escolar 1917 a 1918, ingresaron los profesores: Max Henríquez Ureña y Esperanza Quesada Villalón, doctores en Filosofía y Letras y Derecho Civil; Rodolfo Hernández Girón, pintor y escultor, y Serafina Portuondo Dolman, profesora de piano.”
La primera graduación de la escuela se llevó a cabo en 1920 y consistió de treinta y dos muchachas y tres varones. Ya para la década del cincuenta, las matrículas sobrepasaban los cuatrocientos alumnos entre hembras y varones.
En el uniforme típico de las (los) estudiantes de La Normal, sobresalía la corbata, cuyos colores identificaban el año cursado. Así, las (los) estudiantes de primer año usaban corbata azul, los de segundo roja, en tercer año se portaba una corbata de color marrón, y el cuarto año se distinguía por el color verde.
Para el año 1947 (en que se escribió el artículo de Acción Ciudadana) en el piso alto funcionaba un aula con su laboratorio de Física y Química; otra de Trabajo Manual Económico-Doméstico y otra de Trabajos Manuales en general para hembras y varones (en una de las fotos mostradas en la exposición del lobby de la edificación en la actualidad, se pueden ver a los alumnos durante una clase de manualidades). Como resultado de estas últimas clases se exhibían, en ese entonces en una sus aulas, dos maquetas hechas a la perfección por los alumnos. En una de ellas se representa el antiguo torreón El Palomar, y la otra a la Escuela Normal de Oriente.
En su Planta Baja funcionaban cuatro aulas destinadas a cada uno de los cuatro cursos que representan los estudios superiores correspondientes a la graduación de Maestro Normal, según Leopoldo García, estaban distribuidos de la siguiente forma: “en la parte sur del edificio están los de primer y segundo año, y en la parte norte, las de tercero y cuarto año”
Otras áreas que conformaban la escuela eran: el Aula Magna “Floro Pérez”, destinada a la música y con una capacidad de 8×16 metros; la Escuela Superior Anexa, donde se preparaban los estudiantes que aspiraban a ingresar a La Normal y cuya primera directora fue Elisa González, según consta en una pequeña tarja de mármol colocado en la base que soporta el asta de una bandera; la Biblioteca, con su admirable colección de textos en lengua castellana; y los amplios terrenos deportivos en los cuales se practicaba fundamentalmente baloncesto.
Hoy en día
En 1998 el edificio principal fue objeto de proceso de restauración y ese mismo año fue declarado Monumento Nacional.
Atrás parecen haber quedado los tiempos en que el santiaguero atravesaba la empinada carretera interior de La Normal, para llegar rápidamente desde Trinidad hasta la Plaza de Marte, y viceversa, dejando escapar un gesto de fastidio si en alguna ocasión veía cerrada las enormes verjas de uno u otro lado.
La Normal es vista por los transeúntes desde la fría distancia de “lo prohibido”, absteniéndose de ser testigo de una edificación de no pocos atractivos arquitectónicos, y de una profunda huella histórica.
A los pies de la Edificación principal aún se extienden los terrenos deportivos de la Escuela, por suerte, ajenos a las limitaciones de las áreas cercanas. Allí, todavía es común ver a no pocos santiagueros, y santiagueras, practicar diversos deportes, aun cuando con el transcurso del tiempo el abandono ha ido haciendo mella de las instalaciones, que asemejan desde la distancia el polvoriento escenario de una película del oeste.
Sin embargo, la silueta majestuosa de la Sierra Maestra en permanente retozo con la bahía, la zigzagueante telaraña de calles que desciende presurosa hasta la Alameda, el reflejo del sol sobre el mar de techumbres que brotan desde las laderas del terreno en declive, alivian los ánimos de quien llega hasta los perímetros excluyentes de La Normal y regalan así, la verdadera experiencia a recordar.
Otros cuerpos de edificios fueron creados para dar respuestas al incrementote matrículas áreas deportivas.
[i] Himno de la Escuela Normal de Oriente
Hosanna Normalista
cantemos a la escuela
que rauda el alma vuela
de suave ritmo en pos.
Hosanna, Hosanna, Hosanna
cantemos sin demora
que llegó la hora,
de levantar la voz.
De la escuela en las aulas austeras
recibimos la luz del saber,
y en las pruebas de examen severas
nuestra dicha es el triunfo obtener.
Juveniles los ecos llevemos,
de las aulas al son del laúd
al probar que aprendimos cantemos
del maestro la ciencia y virtud.