Santiago en mí

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¿Barberos y carnavales?

Comienzan hoy los carnavales de Santiago de Cuba. De ellos ya habrá tiempos de conversar, o no, por ahora les dejo esta crónica de Juan Antonio Tejera.

Por: Juan Antonio Tejera

Mire usted, los carnavales, no hay dudas de ellos, son las fiestas más populares de la ciudad. Justo en ese día se despiertan toda una serie de sentimientos y acciones que son difíciles de comprender. Lo agradable de ello es que aunque no nos demos cuenta, somos parte de ello y un lugar, no tanto ahora, que jugaba un papel muy importante en ellos era la barbería. Uno se asombra y otro se sonríe. Recuerdos presentes. Y es que era en la barbería donde los miembros de un paseo o de una comparsa iban en busca de información. Gestos de extrañeza. ¿Recuerda usted que el santiaguero es del cará? Nada, hay que retroceder en el tiempo, cuando los caperos, los poseedores de capas en ocasiones monumentales, que eran la regla y no la excepción, se vestían desde temprano en la mañana de los días de desfiles que generalmente tenían lugar en la Avenida Jesús Menéndez, a la que lo santiagueros llamamos Lorraine que era uno de sus nombres iniciales y que la persona a la que respondía tal apelativo, tenía méritos más que suficiente para que permaneciese. Pues esto comparseros iban muy temprano como dijimos, buscando que le colocaran en su traje lleno de lentejuelas, la moña. Que era una especie de roseta a la que se agregaba un billete, generalmente de a peso. Y por si las mocas, ellos llevaban ya preparada la moña y hasta el alfiler de niñera, pequeñito para prenderla. ¿Lo de la barbería y la información? Ellos iban primero allí a enterarse con el barbero de las posibilidades económicas de las casas circundantes y justo a ellas iban en primer lugar. Los santiagueros, como quiera que se trataba de una tradición, nunca decían que no y usted veía a muchos trajes de carnaval, llenos de estas moñas que de esa forma también se comportaban los carnavales en esta ciudad de maravillas.

Rayao

Por: Juan Antonio Tejera

Ahora queremos comentar sobre toda una serie de elementos que giran alrededor de los rayaeros, es decir, esas personas que nos enfrían si no el alma, el cuerpo con uno de esos productos fríos que en algún momento de transitar por esta caliente ciudad, necesitamos. Lo primero es que, desde nuestro punto de vista, ha cambiado el universo de los usuarios del rayado, vamos a decirlo correctamente aunque lo popular sea válido. Sí porque si bien el rayado ha existido desde tiempo inmemoriales en nuestra ciudad, antes era un privilegio de los vejigos. También antes los vendedores tenían como un itinerario con un horario fijo y en cada cuadra se sabía a qué hora iban a cruzar. Por supuesto, los muchachos, inteligentes al fin y al cabo, ya conocían del momento en el que el rayado iba a estar a su alcance y minutos antes ya estaban solicitando el quilo para sí, eso dije: Quilo. ¡Eso era lo que costaba un rayado! ¡Y no hagamos comparaciones! Además, se daban el lujo, me refiero a los fiñes, de detenerse unos segundo mirando las coloraciones de los ¡jugos de frutas! que llevaba el rayaero. ¿Tengo que repetirlo? ¡Jugos de mango, de guayaba, de mamoncillo, de zapote, de marañón, en fin, de frutas! Y ello a pesar de que ya se habían inventado los refrescos instantáneos. Muchos recuerdan la famosa invasión del Kool Aid, un polvito muy semejante a los que existen en la actualidad, como el tal Piñata. Pero volviendo al tema, eran muy pocas las madres que de forma evidente, adquirían un rayao, ¡y muchos menos un padre, un varón! Y es que los universos estaban muy bien definidos y cada cual sabía el espacio que le correspondía, al contrario de los que sucede hoy que casi es extraño ver a un fiñe frente a un rayaero, que de ese modo nos desarrollamos en esta ciudad de maravillas.

La esposa de Don Antonio

Por: Juan Antonio Tejera

Siempre hemos afirmado que el hecho que Santiago de Cuba esté llena de subidas y bajadas, es decir, de lomas, tiene mucho que ver con el caminar de sus féminas, incluso hemos señalado que sin lugar a dudas la mujer de Antonio, esa que caminaba así, tenía que estar relacionada de alguna forma con nuestra ciudad. Pues mire que ahora les hago una historia. Resulta que en México se considera una grosería decir la mujer de fulano o mengano como aquí en Cuba que suena a cariñoso. Lo que estaba de moda en aquel entonces era el número de Miguel La Mujer de Antonio y una noche que estaban en el teatro Progreso, en la capital Mexicana, un señor vestido con un traje típico de este país, gritaba: Don Miguelito, Don Miguelito, como siete veces. Ciro toca a Miguel y le señala que es con él y este llama al señor que con tanta insistencia lo reclamaba. Este hombre se acerca y le dice: Don Miguelito, ¿usted me haría el favor de cantarme La Esposa de Don Antonio´? Miguel, se sorprendió, no comprendía lo que se le solicitaba, pero finalmente cayó en cuenta y, santiaguero y al fin y al cabo y por tanto del cará, se rió y por supuesto, le complacieron, tocaron el número al que él mejicano, le había cambiado el título y que ellos, por supuesto, no pudieron cambiar la letra. Pero resulta que la mujer de Antonio es un personaje que nunca existió. Sin embargo, el número, por supuesto surgió de un motivo de inspiración, que claro, tuvo su nacimiento en Santiago y ya convertido en un clásico, como muchos otros de estos santiagueros ilustres, han pasado a formar parte de la historia musical de esta ciudad de maravillas.

«Personeros»

Después de un tiempo de «silencio» regresa, crónicas al hombro, Juan Antonio Tejera. De su arte para contar la ciudad hacen gala estas viñetas que generosamente comparte con nosotros. Hoy (y en los próximos días, semanas, meses), compartimos una de ellas.

Personeros
Por. Juan Antonio Tejera
Nos gusta hacer mención de los personajes de la ciudad. Ya hemos relacionado muchos de ellos. Sin embargo existen otros que nos gustaría describir, aunque en realidad, algunos amigos sugieren que para diferenciarlos de los folclóricos, le titulemos personeros. Por lo general están ligados, o no: están relacionados a, tampoco. Mejor señalar que flotan alrededor del sistema turístico local y que contribuyen de forma casi exclusiva a deformar un tanto el mismo. Sí, nos estamos refiriendo a los guías turísticos improvisados, que aunque tratan de dejar de serlo, quiero decir, lo de improvisados, y asisten por ello a clases de idioma, muy meritorio por cierto, no se han molestado en aprender realmente la historia de la ciudad precisamente de la historia y que es uno de los atractivo más importantes que tiene la misma para el turismo que viene a nuestro Santiago. En ocasiones dan ganar de reír en función de las informaciones que dan. Mire. Por lo general son personas que muestran una educación adecuada y desde siempre se han aprendido una serie de frase en los diferentes idiomas porque su sistema de trabajo comienza con un guten morguen, aunque el turista sea de Canadá, o un bonna será y no acierta porque el señor o la señora es de Islandia, e incluso cuando trata de inventar un bon journo, la persona le responde en español. Pero todo ello manifestado con la sonrisa más grande del mundo. Y si le aceptan la propuesta, pasa a ser el mejor amigo de ellos, como si se conocieran o, mejor, él los conociera de toda la vida. Sucede entonces que en el recorrido que les propone, frente a la Escuela de Comercio diga que se trata de una policlínica o que el día que esté tocando la Banda Municipal en el Parque de Céspedes, afirme con certeza absoluta que se trata de la Semana de la Cultura Santiaguera, aunque estemos en enero. Ah, pero en lo que sí son expertos, están completamente bien informado, es sobre la existencia de los paladares o de los autos particulares de alquiler, porque si logra conectarlos, algo se les pega. En realidad lo que más moleta de ellos es que trastoquen nuestra realidad y nuestra historia y den una imagen del santigüero que no es la real porque hemos sido testigo de cuan amable, serviciales y nada interesados son la gente corriente y común, de esta ciudad de maravillas.

Nota: La caricatura que acompaña esta entrada pertenece al humorista gráfico santiaguero Román Emilio Pérez López, «Chicho»

Fox trot en Vista Alegre

Por Juan Antonio Tejera

La ciudad no es sólo, una verdad de Perogrullo, el llamado casco histórico, que por no haber existido a tiempo una acción realmente conservadora, queda del mismo, tal vez un poco de mala idea. En realidad existen numerosos repartos y barrios periféricos que son los que conforman lo que debía ser llamado Gran Santiago, aunque de todos modos, por nuestra historia, somos grandes.

Nos referimos a sitios como Dessy, Veguita de Galo, Municipal, un reparto muy curioso porque sus calles llevan nombres de alcaldes santiagueros, la Risueña, 30 de Noviembre, Flores, Portuondo, Sueño o Fomento, Los Olmos, Marimón, Altamira, Van Van, Alta Habana, Chicharrones, Mariana la Torre, Rajayoga y aún quedan más. Por ejemplo, Vista Alegre, el que fue considerado el más aristocrático de los repartos.

Concebido precisamente para la gente pudiente de la ciudad, sin embargo se convirtió en uno de los centros culturales de la misma gracias a la existencia de un teatro que llevó su nombre, amén de que el Club que también Vista Alegre, realizaba actividades como la del 16 de mayo de mil novecientos diecinueve cuando tuvo lugar un baile que terminó a la una de la mañana y fue amenizado por la orquesta de Díaz Páez que interpretó, presten atención y tendrán una idea concreta de la época, danzas, one step (uan estip) y fox trot que eran al decir de los cronistas los bailes predilectos del mundo elegante.

Pero lo más interesante desde mi punto de vista fue que en la tarde de dicho día, se había inaugurado la doble vía de tranvías. Hasta ese momento subían y bajaban por una sola línea a lo largo de la Avenida, República en aquel momento. A Partir de ese entonces, subían por calle ocho hasta diecisiete y bajaban por calle seis. Pero, no se impresiones porque se decía del reparto calificado de “elegante”, que era un caballero de saco y corbata con alpargatas, pues a pesar de las residencias construidas, sus calles estaban llenas de polvo y baches, que así eran las cosas en esta ciudad de maravillas.

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