Santiago en mí

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PrevengHo, ¿qué?

La situación epidemiológica en Santiago de Cuba es compleja. Todos lo saben. Todos lo viven. Todos hablan de ello; incluso en los medios de prensa (al menos los locales), con eufemismos más o eufemismos menos. Pero se habla. No es para menos. En cualquier esquina la cal se encarga de recordarlo; como lo hacen los tres pomos a la entrada de todas las instituciones. Quien no lo ha sufrido en carne propia sabe de alguien cercano que sí lo ha hecho: un familiar, un vecino, un colega de trabajo.

Entonces resulta válida la presencia (ya habitual) de médicos y especialistas en higiene y epidemiología en la Revista Santiago, informativo por excelencia en la televisión local. Válido, si el mensaje a transmitir es contundente; no deja lugar a dudas. No lo fue el ofrecido ayer (29 de octubre) por el médico de turno, lo que, en las condiciones actuales, resulta cuando menos irresponsable.

El tema de su intervención era anunciar la presencia en las farmacias santiagueras de los medicamentos homeopáticos PrevengHo Dengue y PrevengHo Cólera, ambos, y según palabras del doctor (tal vez influenciado por el propio nombre comercial de los productos), previenen ambas enfermedades. Se extasió el médico en explicar la posología de los medicamentos, mientras, en varias oportunidades, volvía sobre la idea de la prevención. Solo al final de su comentario, tuvo a bien explicar el facultativo que estos medicamentos NO sustituyen el resto de las medidas higiénico-sanitarias recomendadas para la PREVENCIÓN (ahora sí con mayúscula la pongo, como debe ser) de enfermedades como el dengue o el cólera.

Todo el tiempo escuché al especialista con una mezcla de estupor y malestar. Ni siquiera su rectificación final me tranquilizó; y esta entrada es la prueba de ello. Me explico.

Mis reservas con la medicina homeopática (o la homeopatía, sencillamente) parten, en primer lugar, de mi formación profesional (bioquímico), y luego, de mis tiempos como integrante de una institución científica, desde la cual tenía permanente acceso a muchos de los debates que hoy día se generan en el mundo de las ciencias. La homeopatía constituye, de hecho, el centro de uno de esos debates a nivel mundial. De un lado y del otro, entiéndase apologistas y detractores, exponen argumentos para sustentar su posición; en una batalla que, de antemano, parece perdida por los segundos, como consecuencia de una fuerte base de marketing y mercado que sustenta la promoción de la homeopatía como solución a muchos males.

En Cuba este debate no ha sido menos intenso en el mundo académico. Ahí está el extraordinario dossier que publicara el sitio digital Juventud Técnica y que, bajo el nombre de Medicina sin apellidos, fuera publicado como libro tiempo después, pasando quizás sin muchas penas y glorias por las librerías cubanas. O tal vez, un pequeño libro que aún es posible encontrar en las estanterías y que resultara Premio Pinos Nuevos de divulgación científico técnica, en el que se aborda también esta polémica desde el análisis de uno de esos debates científicos.

Sin embargo, como suele ocurrir en el mundo, aquí también la batalla parece decidida. En casi todas las farmacias de la provincia (y no dudo que del país) grandes carteles anuncian los beneficios de la homeopatía. Con el mismo objetivo se hacen spot televisivos, se entrevistan a homeópatas y médicos practicantes de la llamada MNT, se publican artículos en la prensa escrita. Pero nunca (al menos yo) he visto en estos sitios, la otra parte de la moneda, la opinión discordante, los argumentos contrarios. Se le niega (de manera irresponsable e injusta, diría yo) al público la posibilidad de conocer, de analizar, de elegir con conocimiento de causa, el usar o no la homeopatía.

Esto, tal vez, no planteara mayores problemas si no fuera porque, como sucedió con el médico invitado a la Revista Santiago, se suela acompañar estos escritos, comentarios, entrevistas, con una falta total de rigor a la hora de manejar términos médicos o científicos. Así, resulta que la homeopatía suele ser fácilmente entendida como el remedio NATURAL (y por tanto, no dañino) para todos los males, contrapuesto con la química (siempre dañina) de los medicamentos convencionales.

Otras veces, reconozco, sí he escuchado mencionar por algunos especialistas el hecho de que estos medicamentos no sustituyen las terapias tradicionales, sino que actúan como complemento. Pero igualmente, nada se comenta de los argumentos en contra y una vez más, el paciente ve la gloria.

Una última reflexión. Me gustaría creer que quienes escucharon este jueves la Revista Santiago hayan llevado el verdadero mensaje implícito (y explícito) en las palabras del doctor: (creo que por el momento) no serán unas gotas las que nos prevengan de contagiarnos en esta situación; solo la higiene, las medidas sanitarias, la precaución en nuestros actos diarios, nos salvará de engrosar esas estadísticas que, sin aparecer, se magnifican de boca en boca.

Memorias de Sandy (IV)

Cólera es una palabra fea. Sólo escucharla causa malestar, sino temor. Por un lado la necesidad de alejarse de alguien colérico, el miedo de ser alcanzado por sus ramalazos de ira, aún cuando los merezcamos o no. Por el otro, su inevitable asociación a muerte; no importa cuántos la hayan sobrevivido, para quien la escuche, cólera=muerte. Ni siquiera el gran García Márquez fue capaz de restarle su sentido, aun cuando la colocó junto a la palabra amor.

Quizás por ser un vocablo de tan mal aspecto hay quienes prefieren no mencionarla, sustituirla por un eufemismo que intenta describir el término en lenguaje especializado, tras el cual apenas se divisan las diarreas y los vómitos, y casi nada de su fatalidad. Al menos en los entes oficiales. Para ellos, la palabra cólera es un olvido voluntario. Lo que no se debe decir.

Luego asombra escucharla en la calle en cada conversación, a veces como al azar, en otras con todo el sentido del mundo, con voces más o menos alarmadas. En las calles, en el diario, la palabra cólera ya tiene su espacio. No sé quién fue el primero en mencionarla, en escapar del ostracismo; pero como suele suceder en estos casos, era demasiado tentador el silencio como para no romperlo. Entonces, todos hablan de algo que aparentemente no existe.

Pero no podía ser para menos, cuando la ciudad intenta blanquearse a base de cloro. Nunca antes Santiago de Cuba olió tan pulcra (aunque suene contradictorio). Los pies apenas tienen tiempo a secar el cloro del que se impregnaron en un establecimiento, cuando ya están pisando otra alfombra, esponja, colcha con el desinfectante. Las manos, otro tanto, aunque a veces se les exige, además, un pequeño baño de agua jabonosa. Hay quienes andamos además con nuestra propia loción desinfectante, más olorosa y presentable (también más cara). Ante esa imagen tan necesaria como desconcertante, cómo no hablar.

Lo que no entiendo es el por qué la diferencia entre un discurso y otro. No creo (no puedo creer) que sea un intento por evitar un estado de opinión extrafronteras, no dar el motivo para campañas que se montan solas, sin que tengamos que propinarles cebador alguno. Acaso sería posible evitar que alguien cuente a un pariente en el exterior, y este a un amigo, y el amigo a otro, y luego, en poco tiempo, el secreto “mejor guardado” recorra 90 millas telefónicas y todos los estados de otras naciones para que se sepa lo que no debió saberse. No, me es difícil que ese sea el motivo. Pero sigo sin entender la diferencia.

Tampoco es que no se haga nada al respecto. No basta la imagen recurrente de los lavatorios; sino que la radio, la prensa escrita, la televisión, se hacen eco de decenas de publicidades que alertan sobre la correcta higiene para evitar, entre otras “enfermedades diarreicas agudas”; o como el más sugerentes de los consejos que rondan por el éter santiaguero, casi en sentido de slogan: “que la segunda diarrea tenga lugar en el hospital”. Todo muy bien, pero dónde la información específica sobre la enfermedad, sus causas, sus síntomas, sus tratamientos.

También es cierto que una gran parte de la batalla se gana en cada individuo, en cada hogar. La higiene debe ser el centro de una ciudad que ha sufrido el mayor golpe de su historia. Pero lo cortés no quita lo valiente. Si todo fuera tan sencillo como eso, no existieran las epidemias, bastarían unos pocos casos, luego la “conciencia colectiva” colocaría el punto y final. Pero hay quienes olvidan lavar sus manos por dedicarse a comentar. Cómo el silencio puede controlar eso. Cómo puede evitarse que al día siguiente de aparecer una nota en la prensa provincial, alertando sobre las medidas aplicadas a los elaboradores/vendedores de productos alimenticios, en la calle Enramadas se hicieran colas extraordinarias para comer cualquier cosa en cualquier sitio, como si la nota hubiera servido como disparo de arrancada para la insensatez.

De una forma u otra, la palabra de orden en Santiago es Higiene, no importa no sepa a ciencia cierta por qué; o de cabida a los
comentarios alarmistas y catastrófico que escucha aún cuando camina con el roce de las sábanas a cuestas. A fin de cuentas, la higiene es algo natural y recomendable viva donde viva.

Y, por cierto, ya que de palabras feas hablamos, quizás debí mencionar Dengue; pero bueno, a esa ya casi nos hemos acostumbrado.

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