1922-2016
Hace poco más de seis años decidí crear este sitio. Escoger el tema no fue el mayor dilema. No tuve que pensarlo dos veces. Estaría dedicado a Santiago de Cuba. Mi ciudad. La razón era obvia: amo a mi ciudad, con sus luces y sus sombras. Pero ese amor no salió de la nada. Alguien me enseñó a amarla. Ostoquio. Un nombre extraño. No Eustaquio, ni Eustoquio. Ostoquio Abelardo García Leyva. Por supuesto, con ese primer nombre el Abelardo se impone. Y luego un apelativo que le valió para siempre: Lalo. Lalo era mi abuelo. Pero también fue padre, amigo, ejemplo. He conocido a pocos hombres como él. En él he visto muchas veces al hombre que quisiera ser, que me empeño en ser. Este 25 de diciembre (otra vez un 25) se le agotaron las fuerzas definitivamente. Se fue en silencio, después de todo un mes de un martirio que no merecía y del cual nunca estaré seguro de a quién culpar.
Él siempre estuvo presente en cada crónica que conté, en cada mirada que le di a la ciudad. Él está aquí, porque algunas de esas historias me asombraron, me divirtieron, me conmovieron por años, y nunca me cansé de escucharlas. Este sitio fue por él y ahora me percato que también fue para él. Por eso hoy, esta, es la última entrada que publico. Un homenaje al hombre al que le debo mucho de lo que soy y he aprendido a ser en estos 34 años. Con él (por él) comenzó todo hace seis años. Con él termina.
Cierro este capítulo que tantas cosas buenas me ha traido. Estoy seguro que volveré algún a día a la blogosfera. Tal vez con esa gran pasión que es la lectura. Una pasión que logre tal vez lo que no pudo mi abuelo: vencer la muerte.