Santiago en mí

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Los sobrevivientes

Por Juan Antonio Tejera

Hay tradiciones eternas, otras que son sustituidas en el tiempo. Sucede lo mismo con las costumbres, esas que sin llegar a la categoría de las anteriores forman parte del ser de una ciudad o sus habitantes. Otro elemento imperecedero son las construcciones que señalan un punto importante de la arquitectura y a través de ella, la historia.

Mire, si hablamos de ellas, las construcciones, tenemos que mencionar el Castillo del Morro San Pedro de la Roca, la antigua Casa de Beneficencia, la Iglesia de los Desamparados, la anteriormente primero Escuela Modelo, luego Escuela Normal para Maestros y actualmente Centro Formador de Maestros, la Casa del Adelantado, la Catedral, nuestros Palacios Provincial y Municipal y, bueno, la relación podía ser bien larga.

Curiosamente, esa naturaleza que nos sorprendió, respetó la mayoría de ellos, como si de esa forma mostrara su admiración por esos elementos valiosos de la ciudad. Y es que en medio de la tristeza, ahora que son muchos los puntos de Santiago que pueden ser vistos desde otros puntos, como si la fisonomía hubiese cambiado y es a causa de la inexistencia de algunos árboles, respiramos aliviados cuando vemos la permanencia de estas edificaciones que hemos mencionado y otras, que sin estar en dicha relación, no han sido olvidadas. Y en ellas reside gran parte de nuestra historia a lo largo de varias generaciones. Como reside también en la Clínica Los Ángeles, en el edificio del restaurante Santiago 1900, el Palacio de Pioneros entre otros más modernos. Siempre nos admiramos y hemos expresado nuestro pesar por el desconocimiento de la vida original de una enorme casona de dos pisos, hoy cuartería, que ciudadela no es un término nuestro, que se encuentra frente a la Plaza del Mercado por la calle Padre Pico.

En sus paredes aun hay restos de sus pinturas originales y sin lugar a dudas fue una hermosa mansión desde cuyos ventanales se debió haber disfrutado de una vista realmente maravillosa de nuestra bahía. Y mire usted, a pesar de su antigüedad, del descuido a que ha sido sometida, junto con todas las anteriormente mencionadas, en su lugar se encuentra. Y nos parece que debemos aprender una lección de esos soldados invencible: hay que hacer las cosas, en este caso las construcciones, bien hechas para que no sean sino testigos mudos del paso del tiempo, aunque realmente ellas tienen muchas cosas que decir en esta ciudad de maravillas.

Padre Pico, el hombre

Ya hemos hablado en este blog de la popular (por qué no famosa) Escalinata de Padre Pico, enclavada en la calle del mismo nombre, otrora calle Hospital. Sus cualidades, su historia, sus leyendas, han elevado a esta arteria a una especie de mito popular, robándole de esta forma, a su nombre, toda huella de la humanidad que alguna vez lo poseyó. Es por esto que hoy me nutro de un artículo aparecido en el número 24 del Boletín Acción Ciudadana (Octubre 31 de 1942) en el cual se nos presentan algunos datos biográficos del Padre Pico, el hombre.

Bernardo Antonio del Pico y Redín, nació en Santiago de Cuba el 20 de agosto de 1726 y fue bautizado en la Santa Iglesia Catedral nueve días después. La posición holgada de su familia le permitió darle al pequeño una educación muy cuidadosa que lo inclinó, desde muy temprana edad, a abrazar la carrera eclesiástica, la cual estudió en el Colegio Seminario San Basilio el Magno.

Joven aún, dados sus merecimientos e inteligencia, ocupó cargos de responsabilidad en la Iglesia Católica, como son los de Consultor de Santo Oficio, Cura Rector de la Iglesia de Santo Tomás Apóstol, Prebendado Racionero, Promotor Fiscal, Vicario Episcopal, Provisor y Vicario y Dean del Cabildo, este último, cargo con que fue distinguido por recomendación del Obispo y nombramiento del Rey.

Del Pico y Redín fue reconocido por su labor altruista y sus obras de “caridad y progreso”, siendo la más recordada la fundación de la Casa de Beneficencia. Se cuenta que días antes de su muerte, ante el temor de que “sus pobres” fueran abandonados, ratificó en la última voluntad de su testamento de fecha 10 de noviembre de 1813, que todos sus bienes fueran heredados por dicho establecimiento, como en efecto se hizo.

El Padre Pico falleció en esta ciudad y fue sepultado en la Iglesia Catedral, el 14 de noviembre de 1813.

Vista de la Escalinata de Padre Pico en 1939

El 12 de octubre de 1903, el Ayuntamiento de Santiago de Cuba, en mérito a la obra del estimado santiaguero, acordó designar una de las calles de la ciudad con el nombre de Padre Pico, y fue seleccionada al efecto, la antigua calle del Hospital, que ostentaba ese nombre por encontrarse por encontrarse en dicha calle el “Hospital de San Juan de Dios”. Apenas diez días antes, se había estrenado la popular escalinata que marcaría, para siempre, la trascendencia de esta arteria santiaguera.

Del Padre Pico, el Boletín Acción Ciudadana escribió:

“El Dr Bernanrdo Antonio del Pico y Redín, fue un sacerdote ejemplar, que predicó a la manera de Cristo, la religión que profesaba, encendiendo el amor en las almas y compartiendo su pan con los necesitados”.

Más sobre las fortificaciones decimonónicas santiagueras

El pasado mes de diciembre hicimos un recorrido por las numerosas fortificaciones que proliferaron en el Santiago decimonónico, quizás, la ciudad más fortificada de su época. Hoy volvemos sobre el tema, a modo de complemento, gracias a la primera parte de un trabajo investigativo realizado por la MSc Raquel Blanco Borges, quien muy gentilmente me autorizó a transcribirlo.

En todo momento se intentó respetar la escritura inicial, excepto en ocasiones en las que consideré realizar un pequeño trabajo de edición en busca de una comprensión plena del mensaje a transmitir. Igualmente, la propia autora del trabajo incluyó algunas anotaciones de su puño y letra que enriquecen lo que en un inicio estaba escrito.

En su trabajo, se recogen más detalles acerca de la composición de las guarniciones coloniales destinadas a cada uno de los Fuertes santiagueros.

Con esta entrada espero, como ya mencioné, complementar la publicación anterior que tomaba como base un artículo publicado en el periódico Sierra Maestra, de esta ciudad, en la década del 90 del pasado siglo; por lo que, necesariamente, alguna información se repetirá de una forma u otra; en otros casos, tal vez exista alguna que otra incongruencia necesaria de enmendar. No obstante, considero que ambas entradas, en su conjunto, constituirán un material muy interesante e históricamente correcto, para todos aquellos lectores apasionados por la historia.

Desarrollo constructivo del sistema defensivo en Santiago de Cuba en el siglo XIX

Santiago de Cuba, desde el siglo XVII, contaba con un sistema defensivo para protegerse de los asedios constantes de corsarios y piratas, enemigos de España. Componían este cinturón defensivo militar, el conjunto de fortalezas: Castillo del Morro San Pedro de la Roca, Castillo de San Francisco, la fortaleza de La Estrella, la batería de Santa Catalina y en la zona costera los fuertes defensivos de Aguadores y Juraguá.

En el siglo XVIII se modernizan las edificaciones construidas en años anteriores, acorde con los avances de la estrategia militar de la época y se construyen otras a todo lo largo de la costa, a Sotavento y a Barlovento, con un nuevo objetivo defensivo: rechazar los ataques británicos, convirtiéndose Santiago de Cuba en una plaza inexpugnable, con un sistema defensivo más sólido que el de la centuria anterior, significando por tanto, un salto cualitativo jerárquico en su evolución constructiva.

Entre las primeras construcciones realizadas por el gobierno español en la ciudad durante los primeros años del siglo XIX se halla la batería de Punta Blanca, emplazada en 1845, en la parte baja de la ciudad, bajo el mando del Mariscal de Campo don Cayetano de Urbina. La misma, era una batería de salvas, destinada a anunciar el arribo a la ciudad de buques importantes. De mampostería, con una capacidad para 50 hombres y guarnecida por su artillería; en sus inicios contó con ocho cañones de antecarga. En esta etapa se van a iniciar las construcciones de cuarteles y fuertes para recinto de las tropas españolas, con características diferentes a las anteriores en cuanto a su objetivo constructivo.

En 1859, se construyó el primer cuartel, llamado Nuevo Presidio, al este de la población, bajo el mando del Mariscal de Campo don Carlos de Vargas Machuca y Cerveta, gobernador del Departamento Oriental de la Isla. Fue concebido como un amplio cuadrilongo de unos 180 m de frente por 77 m de fondo. Contaba con una planta baja, varias habitaciones con ventanas amplias al Este y Sur; bajo el piso existían los calabozos donde se alojaban unos 200 presidiarios. Teniendo en cuenta su estratégica posición geográfica y los requerimientos militares del momento, el régimen colonial decide convertir el Nuevo Presidio en una gran fortaleza con fines bélicos, trasladando sus prisioneros al presidio El Provisional, al Oeste de la ciudad.

En el transcurso de la guerra iniciada por Carlos Manuel de Céspedes, el 10 de octubre de 1868, se le cambia el nombre, comenzando una nueva etapa como Cuartel Reina Mercedes, en honor a la esposa del Rey Alfonso XII de España, conservando éste hasta inicios de la república mediatizada. Por su situación cercana a los cuarteles y perenne cuerpo de guardia, podía considerarse el baluarte principal para la defensa de la plaza de cualquier ataque insurrecto, y el segundo de mayor importancia del país; con capacidad para un regimiento de carácter permanente y destinado al alojamiento de la infantería del ejército.

Al concluir la Guerra Grande, en 1878, se culminó su construcción, que incluyó una ampliación considerable del proyecto original, levantándose nuevas instalaciones. Además, se culminó la construcción de los cuarteles Dolores y de Concha. El cuartel de Dolores fue construido en una altura al Este de la ciudad de Santiago de Cuba, encima de los resto del Castillo de San Francisco, que había sido construido en 1859. Era de mampostería con cubiertas de tejas francesas y zinc. Posteriormente fue demolido.

La construcción del Cuartel de Concha comenzó en 1859 y terminó en 1884. Estaba situado al Este de la ciudad. Su edificio era grande, sólido, con capacidad para un regimiento, convenientemente aspillerado y con una excelente posición para la defensa de la plaza, completando la defensa del polígono militar del Este. Se alojaban en él las tropas llegadas de la metrópoli y eran enviados a sus calabozos los prisioneros insurrectos.

Fuerte de Yarayó en Calzada de Crombet. Foto tomada en 1910

El Fuerte de Yarayó se construyó en 1874 (en la publicación anterior a la cual se hace mención, quedó registrado que este Fuerte fue el primero de su tipo construido en Santiago, en fecha tan temprana como 1814; esta información también ha sido recogida de esta forma en otros sitios. La fecha que propone la MSc Raquel en su artículo, sin embargo, me resulta más lógica[1]), al Norte del Camino del Cementerio o de la Isla, por el cual los santiagueros de la época salían de la ciudad con destino a la manigua, muy cerca del río Yarayó, del cual toma su nombre. Era de mampostería, de planta cuadrada y contaba con dos niveles. En su parte superior poseía una caseta o mirador. En el primer nivel existían varias aspilleras para la defensa con fusilería. Tenía capacidad para 20 hombres sin cañones. Formaba parte de os fuertes proyectados para defender la plaza.

El Fuerte de San Antonio se construyó en los terrenos de la finca Los Olmos, con carácter permanente y con capacidad para 30 hombres sin artillería. Dominaba con sus fuegos todo el valle y Camino de San Antonio. Se llamó así por existir en ese lugar el templo de San Antonio Papua.

El Fuerte de Santa Úrsula estaba situado en una altura del Camino de la Laguna. Su nombre se debió a la calle homónima. Era de mampostería, construcción sólida y mejor situada estratégicamente, con servicios permanentes. En sus primeros años no tuvo cañones, siendo artillado al final de la guerra cuando el asedio a la plaza por los ejércitos cubano y norteamericano.

El Fuerte de Santa Inés estaba emplazado sobre el Paseo de Concha (hoy Paseo Martí), en los terrenos de la Finca de San Nicolás de Espanta Sueño; y dominaba con sus fuegos todo el Valle de Santa Inés. Se nombró así por la calle aledaña llamada Santa Inés. Era de construcción permanente y con capacidad para una compañía.

El Fuerte de La Beneficencia se encontraba emplazado en una pequeña altura sobre La Trocha, cerca de la Beneficencia. Tenía una situación privilegiada, ya que dominaba los alrededores accidentados y el llamado Camino de don Alonso. Contaba con capacidad para 25 hombres y no poseía artillería.

Continuando con la línea paralela a La Trocha, y sobre la meseta de una gran elevación del terreno, se erigió el Fuerte del Horno, nombrado así por haber existido allí un horno de cal. Era de madera y zinc sobre bases de mampostería, con numerosas aspilleras y servía de vigilancia eficaz por su posición privilegiada, al dominar La Trocha, parte de la ciudad y el camino hacia el Morro. Por la altura de su ubicación se designaba con el nombre de la Loma del Quequi, posiblemente por su figura. Contaba con 25 hombres. Hoy los santiagueros conocen el sitio como el Parque del Fuerte.

Fuerte Palomar, desde donde se establecía el sistema de comunicaciones del Ejército Español.

El Torreón del Palomar, construido de modo permanente dentro del recinto de la plaza, se utilizó para la comunicación entre los fuertes. Estaba situado entre la Iglesia de santa Ana y el Hospital Militar. Destinado primeramente al servicio de palomas mensajeras; luego fue instalado un heliógrafo, teniendo en cuanta que su ubicación en el sitio más elevado de la ciudad, permitía su visibilidad desde el resto de los Fuertes de Santiago de Cuba.

Al reiniciarse la Guerra de Independencia, el 24 de febrero de 1895, el gobierno militar español ordenó una serie de instrucciones para mantener el control y orden de la ciudad de Santiago de Cuba para protegerse de los ataques de las fuerzas insurrectas y evitar la comunicación de la población con los mambises, pues el auge que había tomado el movimiento liberador y la simpatía que con que gozaba éste por parte de los pobladores, obligó a las autoridades a pensar en cómo proteger sus intereses y la necesidad de crear un sistema defensivo que enfrentara y aplastara cualquier ataque del exterior, razón por la que continuó la ampliación y construcción de fuertes en los extremos de la ciudad, así como la creación del gigantesco y complejo sistema de alambradas.

Muchos de los fuertes y cuarteles construidos durante la Guerra de los Diez Años fueron aumentados con otros y reforzados en la del 95 hasta los últimos días del asedio a la plaza por parte de las fuerzas cubanas y norteamericanas.

El Fuerte de Gasómetro se construyó durante la última guerra de independencia. Se llamaba así por estar próximo a la fábrica de gas, que era el fluido que servía para el alumbrado público y privado. Estaba emplazado en una elevación  que dominaba La Trocha y la referida fábrica. Era de madera y zinc sobre bases de mampostería. No tenía artillería y podía contar hasta con 25 hombres.

El Fuerte de las Cañadas estaba emplazado a continuación el Fuerte de Santa Úrsula, como avanzada de éste, a la derecha, del Camino de La Laguna. Construido durante la Guerra del 95, con gruesos tablones y zinc sobre bases de mampostería, contaba con capacidad para 25 hombres sin artillería.

El Fuerte de La Pedrera se hallaba en una pequeña altura, al final de la calle General Escario, entre las calles San Miguel y Pedrera, de esta última toma su nombre. Dominaba el Valle del Guayabito. Fue construido durante la última de las guerras de independencia, con madera y zinc. Contaba con la misma capacidad que el anterior.

El Fuerte de Canosa estaba emplazado en una altura donde se bifurcaban los caminos del Caney y San Juan. Su construcción data de la guerra de 1895, con las mismas características que los antes mencionados. Era una avanzada, dado su alojamiento, de las alambradas y portillos de esa parte. Debía su nombre a un jefe de la guerrilla de la zona.

El Fuerte de Espanta Sueño se construyó encima de la antigua casa del demolido ingenio San Nicolás de Espanta Sueño (en la zona que hoy ocupa la cafetería aledaña al Palacio de Justicia). Ayudó a la defensa de la plaza durante los asedios de la Guerra Hispano Cubana Norteamericana.

El Fuerte Benéfico o Nuevo Fuerte, se llamó así por estar situado detrás del Centro Benéfico de los Dependientes del Comercio de la ciudad, asociación que se hallaba en el antiguo sanatorio del Centro de la Colonia Española. Edificado durante la guerra de 1895, tenía una capacidad para 25 hombres y carecía de artillería.

El Fuerte de Cuabitas estaba situado a la salida del Camino de Cuabitas, encima de una pequeña elevación. Estaba construido con tablones y zinc sobre bases de mampostería, con cabida para 20 hombres y sin cañones.

Cerca del Paseo de Concha se construyó el Fuerte de Cuartelillo, el cual debió su nombre a la calle homónima.

En la prolongación de la calle San Agustín se construyó el Fuerte Último, nombrado de esta forma por haberse levantado al finalizar la contienda de 1895.

La Plaza de Toro del Paseo de Concha era considerado también como una fortificación

La Plaza de Toros, gran anfiteatro de madera, se consideraba un punto fortificado que ayudaba a la defensa del Norte de la Villa por estar emplazada sobre el Paseo de Concha, a la salida del Camino de San Antonio y ocupado por fuerzas militares.

La entrada a la bahía contaba con el Castillo del Morro y más al Este, con la fortaleza de Aguadores y el Fuerte de Sardinero; al Oeste con la fortaleza de cabañas, la batería de Someruelos y dentro del puerto, la fortaleza de La Estrella y la batería de santa catalina, dependientes estas últimas del Castillo del Morro

También existían fuertes en la llamada Carbonera de Buenavista, en la Cruz y Cayo Duán y el Polvorín de Cayo Ratones, además de un depósito de materiales inflamables que, a pesar de no ser un fuerte, tenía como objetivo impedir la sustracción o el incendio de los materiales que contenía. A uno y otro lado de ese edificio, se construyeron dos fortines de madera y zinc, con capacidad para cinco hombres cada uno.

Estos fuertes que circulaban la ciudad, tenían la finalidad de que, en caso de cualquier ataque, sus fuerzas se cruzaran y pudieran defender la villa. Eran guarnecidos por soldados de línea; cuerpo de la guardia civil y fuerzas de caballería que realizaban las rondas constantemente por las trincheras situadas en ellos.

En el transcurso de esta contienda bélica, se instauró en el Torreón del Palomar, un heliógrafo, el cual se comunicaba con otro instalado en la azotea de la Comandancia de Ingenieros y con los de los fuertes que se hallaban por el Este, Norte y Oeste.

Durante la noche, el servicio de señales se prestaba por medio de luces de bengala y cohetes detonantes de gran altura. Por su posición privilegiada, al encontrarse ubicado en la parte más alta de la ciudad, podía ser divisado por todos los fuertes situados alrededor de las alambradas.

En octubre de 1895, el núcleo urbano de Santiago de Cuba, fue literalmente cercado por el sistema de alambradas, férreo cinturón de alambres de púas que consistía en siete kilómetros y medio de extensión por seis metros de ancho, como una gran herradura, apoyado en firmes troncos de rústica madera. Tenía como finalidad aislar a la urbe del campo exterior, evitando su contacto con el movimiento independentista. Limitaba al Norte con el Paseo de Concha, iniciaba su recorrido en le Matadero, hacia el Camino del Cobre, pasaba por detrás del Fuerte de Yarayó, en una gran línea recta y paralela a todo lo largo del Paseo de Concha hasta llegar al Fuerte de Cuartelillo donde cambiaba su rumbo, descendiendo hacia la izquierda, con dirección a la entrada del Caney, pasando por detrás del Cuartel Reina Mercedes, frente a la portería de la finca del demolido ingenio San Nicolás de Espanta Sueño. Continuaba en dirección Sur, por detrás del Fuerte de Santa Úrsula atravesando el Camino de La Laguna hasta la prolongación de la calle Santa Rita, hacia La Trocha, por detrás del Centro Benéfico y La Colonia Española, ascendiendo la Loma del Quequi, por el Fuerte de Gasómetro o fábrica de gas y la denominada calle Gasómetro, culminando en Punta Blanca.

Reforzaban este cinturón 4 000 metros de zanjas y trincheras, cuyo principal objetivo era obstaculizar el tránsito de cabalgaduras y vehículos, interrumpido sólo a largos trechos, por portillos de salida, situados frente a cada camino, custodiado de día y de noche por la guardia civil, la que exigía una cédula personal a cuantas personas entrasen o saliesen, documento de obligada justificación y además un pase, que en cada caso expedía el Estado Mayor de la Comandancia General Militar.

También se hacía un minucioso registro de cajas, bultos, paquetes y correspondencia; los portillos se abrían a las seis de la mañana y se cerraban a las seis de la tarde para dar paso al público con los previos requisitos.

El espacio de terreno entre la primera cerca y la red principal de la alambrada era recorrido cada día por un servicio de rondas realizadas por miembros del cuerpo de la guardia civil y fuerzas de caballería. Estas rondas pasaban periódicamente constantemente durante las noches, a intervalos de tiempo estrictamente fijos.

Durante los tres arduos años de contienda, las alambradas fueron pródigas a interesantes episodios de la guerra libertadora. Circundada la ciudad de una línea de fuertes y alambradas, y existiendo la debida vigilancia, cada ataque exterior podía ser contenido y daba tiempo suficiente para la reunión de fuerzas. Existía un sistema de control entre los cuarteles y torreones para caso de un ataque.

Con esto quedaban reseñados los puntos fortificados dentro de la plaza, pero fuera del recinto de ella existieron otros, siendo los más próximos el de Arroyo Hondo, el de san Luis y El Pozo, hacia el Este de la Plaza, el de Dos caminos del Cobre, el de General Borges y el de Caimanes.

“Los españoles todos los días construyeron un fuerte más…parece que pretenden no dejar nunca esta tierra” [2]

El sistema de defensa que caracterizó la plaza de Santiago de Cuba fue efectivo en sus primeros momentos, capaz de aplastar cualquier intento de rebelión interna y rechazar toda tentativa de apoyo externo, pues ante el empuje de las fuerzas mambisas en esta zona oriental y el apoyo incondicional de la población urbana que burlaba la vigilancia de los fuertes y portillos en las alambradas, hizo que poco a poco la función de éstos fuera perdiendo importancia ante el triunfo inminente de las huestes cubanas frente al gobierno español.


[1] La acotación es de Santiago en mi

[2] Emilio Bacardí Moreau. Crónicas de Santiago

Santiago y los Bacardí

Allá por el año 2007 invité a un amigo ecuatoriano a compartir la experiencia inigualable que representa un partido de pelota entre Santiago e Industriales (ambos en su mejor forma deportiva). El juego tendría como escenario el estadio Guillermón Moncada de esta ciudad. Aún cuando llegamos al con suficiente tiempo de antelación, tuvimos que conformarnos con una dura esquina en lo más alto del jardín izquierdo, o más exactamente, allá donde la línea de tercera base se une con lo más remoto de la pradera izquierda. El estadio estaba a desbordar y, en verdad, mucho no se podía disfrutar desde nuestra posición. Ya comenzaba a lamentarme de mi fortuna cuando desde mi izquierda me llegó una voz que resultó provenir de una hermosa joven de pelo negrísimo. Recuerdo que  llamó su atención el pulóver que yo usaba con la estremecedora foto de Marilyn Manson, pues, al decir de ella, no le resultaba muy común verlo en Santiago, donde la timba y el reguetton se adueñan de casi todo el gusto popular. La chica en cuestión resultó ser habanera y estaba de vacaciones en Santiago junto con unos primos; y más allá que pronosticó una victoria industrialista que a la postre se consolidó, la conversación se tornó tan interesante que poco me importó el resultado final. De cuántos temas no se puede conversar durante las casi tres horas que dura un partido. Hubo un instante en el que se mostró interesada por el «Museo Bacardí» pues creían (ella y sus primos) que estaba dedicado a la famosa y polémica marca de Ron Bacardí y planeaban visitarlo. Me correspondió entonces sacarla de la duda, hablarle de Emilio Bacardí, primer alcalde electo de la ciudad de Santiago de Cuba y de por qué el museo lleva su nombre. Sin embargo siempre quedó en mí la imagen de esa conversación, la coincidencia de un apellido que ha alcanzado notoriedad entre los cubanos por causas tan diversas y, sobre todo, cuál es la verdadera relación del “Hijo Predilecto” de Santiago de Cuba, con la famosa marca de ron. Les hablo pues un poco de los Bacardí y en especial de don Emilio Bacardí Moreau.

La historia de esta familia fue llevada a la literatura, en forma de ficción, por el más encumbrado de los novelistas santiagueros, el Premio Nacional de Literatura José Soler Puig en su novela de 1982 Un mundo de cosas (1982), donde muestra una visión profunda de cómo la familia hizo su fortuna gracias a la fabricación de uno de los rones cubanos más afamados, y cómo influyeron sus diversos personajes en la vida del Santiago de su época.

El linaje de los Bacardí en Cuba comienza con Facundo Bacardí Massó nacido en una región costera de Cataluña, España y que se estableció en Cuba con apenas 16 años. Hijo de comerciantes de vino, en tierra cubana se dedicó al negocio de sus padres y años después, por el  1852 comenzó a experimentar con la destilación de ron con vistas a obtener una bebida más suave. Una vez logrado su objetivo adquirió en Santiago de Cuba, con ayuda de su hermano José, una destilería con la cual funda en 1862 lo que sería la mundialmente reconocida empresa Bacardí, una empresa netamente familiar que con el pasar del tiempo, y no sin algunos tropiezos, se adueñó del comercio del ron en Cuba y buena parte del mundo. Pronto las características únicas de este ron le ganaron amplia popularidad entre los bebedores, lo cual vino a ser respaldado por varios reconocimientos entre los que destaca la Medalla de Oro de la Exposición Universal de Filadelfia en 1876. En es propio año 1876, Facundo se retira del negocio dejándolo en manos de sus hijos, quienes en unión de Enrique Schueg expanden mucho más el negocio y obtienen nuevos mercados. Diez años después de su retiro, el 9 de mayo de 1886, fallece el creador de la marca del Murciélago.

Enrique Schueg descansa junto al alambique de la fábrica adquirida en 1862, por Don Facundo Bacardí. (Dato ofrecido por Igor Guilarte)

Facundo Bacardí, casado desde 1843 con Lucía Victoria Moreau (para algunos Amalia Victoria Moreau), de origen francés, engendró  tres hijos: Emilio, José y Facundo. Aunque los todos se dedicaron al negocio familiar, el mayor, Emilio Bacardí Moreau, trascendería como un patriota ejemplar, historiador, novelista, dramaturgo y, ante todo, un divulgador de la cultura y cronista indiscutible de Santiago de Cuba.

Don Emilio Bacardí Moreau

Emilio Bacardí Moreau, Hijo Predilecto de Santiago de Cuba

Nació el 5 de junio de 1844 en la ciudad de Santiago de Cuba, y a la corta edad de 8 años fue llevado por sus padres a España, huyendo de una epidemia de cólera que se desató en la ciudad entre 1852 y 1853. En Barcelona realizó entonces, el pequeño Emilio, los primeros estudios. A los 14 años regresó a su tierra natal donde continuaría con su formación bajo la tutela de Don Francisco Martínez Betancourt. Su vida en el extranjero, sin embargo, no logró borrar del joven santiaguero los sentimientos criollos que lo llevó a oponerse al régimen colonial.

Como el mayor de los hermanos, al morir su padre, se queda al frente del negocio familiar. Sin embargo, asuntos mayores pronto reclaman su atención. El inicio de la Guerra de los Diez Años lo sorprendió con apenas 24 años y de inmediato se unió a un movimiento que intentó, fallidamente, deponer al gobernador del Departamento Oriental e instaurar en su lugar una Junta Democrática de gobierno. Junto a su hermano Facundo, mantuvo su colaboración activa para con la causa mambisa en cada etapa de lucha, llegando incluso a reunirse con José Martí en 1893 en la vecina isla de Haití  Su imagen de comerciante y hombre de fortuna, miembro de una de las familias más acaudaladas de la época, le favoreció para su movimiento entre la ciudad de Santiago de Cuba y el campo, sirviendo de enlace con el mambisado. Siempre dispuesto a prestar ayuda material y moral a cuanta empresa patriótica lo necesitara, su actividad independentista pronto le granjeó la enemistad de las autoridades coloniales que optaron por su deportación y encarcelamiento en el exilio en dos oportunidades, la primera de ellas durante cuatro largos años en varias cárceles españolas. Al obtener la libertad regresa a Cuba con motivo de la muerte de María Lay quien fuera su primera esposa y con la cual engendró seis hijos, uno de los cuales (Emilio Bacardí Lay) formó parte del Estado Mayor de Antonio Maceo durante la Guerra del 95. La muerte de María fue un duro golpe para don Emilio, quien cayó en una profunda depresión de la cual saldría gracias, en parte, a los cuidados de Elvira Cape, con la que contrajo matrimonio en 1887 y quien se convertiría en su eterna compañera en la vida y en la acción.

La intromisión de los Estados Unidos en la guerra que los cubanos sostenían contra la colonia española sorprende a don Emilio en el exilio por segunda vez, en esta oportunidad en Jamaica.  Ante la nueva situación de la isla los exiliados y desterrados cubanos retornan inmediatamente a Cuba, entre ellos Emilio Bacardí. Consigo trae dos placas de mármol para ser colocadas en las respectivas tumbas de Carlos Manuel de Céspedes y Martí, lo que constituyó el primer acto genuinamente cubano por la veneración de estos dos héroes.

En noviembre de 1898 el mando norteamericano, como reconocimiento a los méritos de Emilio Bacardí, lo designa como alcalde municipal de Santiago de Cuba. Adoptó don Emilio su nuevo cargo entereza y humildad admirable y encaminó sus esfuerzos a fomentar el desarrollo comunitario, brindar trabajo y atender los intereses locales. Durante su gestión honesta y justa fundó instituciones culturales, abrió escuelas y bibliotecas para pobres, hospederías y casa de beneficencia para desamparados, mejoró el estado de sanidad, reparó y construyó calles, restableció servicios públicos, emprendió un plan de mejoras en la urbanización y todo, con un celoso control del presupuesto público. Igualmente fundó una Asamblea de Vecinos integrada por 20 notables santiagueros mediante la cual los mismos santiagueros debatían y planteaban medidas sobre temas vitales para la recuperación y florecimiento de la ciudad. Esta asamblea demostró la capacidad de los cubanos para autogobernarse. Su actitud antidogmática y opuesta a la intervención norteamericana, le valió la enemistas del gobernador de la provincia por lo que renunció a su cargo dejando tras de sí, una ejemplo de administración admirable.

Su encomiable gestión le valió que, en 1901, se convirtiera en el primer alcalde santiaguero elegido por voto popular con una mayoría del 61% de los sufragios. Aprovecharía entonces el nuevo período de cuatro años al frente de la ciudad para llevar a feliz término proyectos inconclusos y comenzar el desarrollo de otros de igual beneficio popular.

En 1906 recibió el nombramiento como Senador de la República, cargo en el cual continuó con su labor de bienestar social. Sin embargo, más tarde también renunciaría a este cargo al evidenciar  el descrédito del gobierno neocolonial. En 1909 se retira de la vida política dedicándose por completo a su labor literaria.

Entre las numerosas huellas que dejó la gestión de don Emilio Bacardí como alcalde de la ciudad de Santiago de Cuba podemos señalar los siguientes:

  • Creación del Museo Municipal, primero de su tipo en Cuba
  • Cooperó en el rescate y conservación de la casa natal del poeta José María Heredia, dando a una calle cubana, por vez primera, el nombre de un patriota
  • Fundó la Banda de Música Municipal
  • Creó la Academia de Bellas Artes, así como escuelas y bibliotecas públicas.
  • A él se debe la electrificación de buena parte de la ciudad, el asfaltado de sus calles, la construcción de la escalinata de Padre Pico y la Fiesta de la Bandera, cada 31 de diciembre (idea original de Ángel Chichi Moya)
Vista del Museo Emilio Bacardí en Santiago de Cuba

Como reconocimiento a su incansable labor y entrega por el desarrollo y bienestar de su ciudad natal, a la cual dedicó todos sus esfuerzos, el 21 de marzo de 1906 el Ayuntamiento lo declaró como Hijo Predilecto de Santiago de Cuba.

El 28 de agosto de 1922, a los 78 años de edad, expiraba el último suspiro don Emilio Bacardí, en su quinta del poblado de Cuabitas, en las afueras de la ciudad querida. La noticia cobró titulares y su sepelio se convirtió en una muestra de dolor y cariño de toda la población santiaguera acompañó, sin distinción de razas, religiones ni banderas, el paso de la caravana mortuoria en una de las mayores muestras de duelo popular vistas en la ciudad de Santiago de Cuba.

Quedaron para la posteridad sus contribuciones para el desarrollo urbanístico de su Santiago y una extensa obra literaria e histórica que incluye novelas donde se describe de modo realista la vida santiaguera de siglos precedentes. Una de sus obras cumbre resultaron los diez tomos de “Crónicas de Santiago de Cuba” donde de manera detallada describe cuanto sucedió en la séptima de las primeras villas fundadas en tierra cubana desde su instauración a mediados del 1515 hasta inicios del siglo XX y que sirven de invaluable fuente de información para historiadores y lectores en general.

Igor Guilarte Fong, autor de la monografía “Emilio Bacardí: diamante de múltiples facetas”, se lamenta, no sin razón, que “en los tiempos actuales, pese a sus numerosos méritos para ser valorado cual piedra preciosa, el nombre del Hijo Predilecto de Santiago de Cuba es apenas conocido entre hojarascas; y su vida y obra vagamente tratadas desde perspectivas especializadas. ¿Acaso hombre tan excelso no merece el reconocimiento de las presentes generaciones?”. Esperemos que con este breve bosquejo también contribuyamos a poner a la figura de don Emilio Bacardí en el altar que merece.

El “triste destino” de la marca Bacardí

Después de la muerte de Facundo Bacardí el negocio familiar continuó su ascenso en el mercado nacional e internacional, siempre bajo la tutoría de los Bacardí, abriendo oficinas en varios países y llegando a manejar durante la época de 1920 un capital que ascendía a los seis millones de pesos. La huella de don Emilio también quedó en esta esfera. Obra de su gestión es la construcción en la década del 20 del siglo XX del edificio Bacardí en la capital (Avenida de Bélgica No. 261 entre Empedrado y San Juan de Dios) considerado uno de los mejores ejemplos de Art Decó en La Habana y el cual estaba encaminado servir de las oficinas de la sucursal de la marca Bacardí.

Edificio Bacardí. Su construcción culminó en 1930 y fue utilizado como sede de la sucursal habanera de la marca Bacardí.

En 1960, la fábrica de los Bacardí pasó a ser propiedad estatal. Los miembros de la acaudalada familia, como muchos otros dueños de bienes nacionalizados, se marcharon de la isla con su capital y se asentaron en Puerto Rico desde donde se produce en la actualidad el ron que mantiene la marca Bacardí, aunque sus oficinas centrales radican en la actualidad en España.

En el año 2000 el escritor colombiano Hernando Calvo Ospina, publicó su libro “Ron Bacardí: la guerra oculta” donde demuestra los vínculos de los dueños de la marca de Ron con la Central de Inteligencia Americana (CIA) y la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), en actos de violencia contra la Revolución Cubana. Un triste final para un apellido que tanto hizo por Cuba y su independencia.

Para profundizar en la vida y obra de Emilio Bacardí les recomiendo leer el trabajo de Igor Guilarte Fong “Emilio Bacardí: diamante de múltiples facetas disponible en: http://www.monografias.com/trabajos76/emilio-barcardi-diamante-multiples-facetas/emilio-barcardi-diamante-multiples-facetas.shtml

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