El pasado mes de diciembre hicimos un recorrido por las numerosas fortificaciones que proliferaron en el Santiago decimonónico, quizás, la ciudad más fortificada de su época. Hoy volvemos sobre el tema, a modo de complemento, gracias a la primera parte de un trabajo investigativo realizado por la MSc Raquel Blanco Borges, quien muy gentilmente me autorizó a transcribirlo.
En todo momento se intentó respetar la escritura inicial, excepto en ocasiones en las que consideré realizar un pequeño trabajo de edición en busca de una comprensión plena del mensaje a transmitir. Igualmente, la propia autora del trabajo incluyó algunas anotaciones de su puño y letra que enriquecen lo que en un inicio estaba escrito.
En su trabajo, se recogen más detalles acerca de la composición de las guarniciones coloniales destinadas a cada uno de los Fuertes santiagueros.
Con esta entrada espero, como ya mencioné, complementar la publicación anterior que tomaba como base un artículo publicado en el periódico Sierra Maestra, de esta ciudad, en la década del 90 del pasado siglo; por lo que, necesariamente, alguna información se repetirá de una forma u otra; en otros casos, tal vez exista alguna que otra incongruencia necesaria de enmendar. No obstante, considero que ambas entradas, en su conjunto, constituirán un material muy interesante e históricamente correcto, para todos aquellos lectores apasionados por la historia.
Desarrollo constructivo del sistema defensivo en Santiago de Cuba en el siglo XIX
Santiago de Cuba, desde el siglo XVII, contaba con un sistema defensivo para protegerse de los asedios constantes de corsarios y piratas, enemigos de España. Componían este cinturón defensivo militar, el conjunto de fortalezas: Castillo del Morro San Pedro de la Roca, Castillo de San Francisco, la fortaleza de La Estrella, la batería de Santa Catalina y en la zona costera los fuertes defensivos de Aguadores y Juraguá.
En el siglo XVIII se modernizan las edificaciones construidas en años anteriores, acorde con los avances de la estrategia militar de la época y se construyen otras a todo lo largo de la costa, a Sotavento y a Barlovento, con un nuevo objetivo defensivo: rechazar los ataques británicos, convirtiéndose Santiago de Cuba en una plaza inexpugnable, con un sistema defensivo más sólido que el de la centuria anterior, significando por tanto, un salto cualitativo jerárquico en su evolución constructiva.
Entre las primeras construcciones realizadas por el gobierno español en la ciudad durante los primeros años del siglo XIX se halla la batería de Punta Blanca, emplazada en 1845, en la parte baja de la ciudad, bajo el mando del Mariscal de Campo don Cayetano de Urbina. La misma, era una batería de salvas, destinada a anunciar el arribo a la ciudad de buques importantes. De mampostería, con una capacidad para 50 hombres y guarnecida por su artillería; en sus inicios contó con ocho cañones de antecarga. En esta etapa se van a iniciar las construcciones de cuarteles y fuertes para recinto de las tropas españolas, con características diferentes a las anteriores en cuanto a su objetivo constructivo.
En 1859, se construyó el primer cuartel, llamado Nuevo Presidio, al este de la población, bajo el mando del Mariscal de Campo don Carlos de Vargas Machuca y Cerveta, gobernador del Departamento Oriental de la Isla. Fue concebido como un amplio cuadrilongo de unos 180 m de frente por 77 m de fondo. Contaba con una planta baja, varias habitaciones con ventanas amplias al Este y Sur; bajo el piso existían los calabozos donde se alojaban unos 200 presidiarios. Teniendo en cuenta su estratégica posición geográfica y los requerimientos militares del momento, el régimen colonial decide convertir el Nuevo Presidio en una gran fortaleza con fines bélicos, trasladando sus prisioneros al presidio El Provisional, al Oeste de la ciudad.
En el transcurso de la guerra iniciada por Carlos Manuel de Céspedes, el 10 de octubre de 1868, se le cambia el nombre, comenzando una nueva etapa como Cuartel Reina Mercedes, en honor a la esposa del Rey Alfonso XII de España, conservando éste hasta inicios de la república mediatizada. Por su situación cercana a los cuarteles y perenne cuerpo de guardia, podía considerarse el baluarte principal para la defensa de la plaza de cualquier ataque insurrecto, y el segundo de mayor importancia del país; con capacidad para un regimiento de carácter permanente y destinado al alojamiento de la infantería del ejército.
Al concluir la Guerra Grande, en 1878, se culminó su construcción, que incluyó una ampliación considerable del proyecto original, levantándose nuevas instalaciones. Además, se culminó la construcción de los cuarteles Dolores y de Concha. El cuartel de Dolores fue construido en una altura al Este de la ciudad de Santiago de Cuba, encima de los resto del Castillo de San Francisco, que había sido construido en 1859. Era de mampostería con cubiertas de tejas francesas y zinc. Posteriormente fue demolido.
La construcción del Cuartel de Concha comenzó en 1859 y terminó en 1884. Estaba situado al Este de la ciudad. Su edificio era grande, sólido, con capacidad para un regimiento, convenientemente aspillerado y con una excelente posición para la defensa de la plaza, completando la defensa del polígono militar del Este. Se alojaban en él las tropas llegadas de la metrópoli y eran enviados a sus calabozos los prisioneros insurrectos.
Fuerte de Yarayó en Calzada de Crombet. Foto tomada en 1910
El Fuerte de Yarayó se construyó en 1874 (en la publicación anterior a la cual se hace mención, quedó registrado que este Fuerte fue el primero de su tipo construido en Santiago, en fecha tan temprana como 1814; esta información también ha sido recogida de esta forma en otros sitios. La fecha que propone la MSc Raquel en su artículo, sin embargo, me resulta más lógica[1]), al Norte del Camino del Cementerio o de la Isla, por el cual los santiagueros de la época salían de la ciudad con destino a la manigua, muy cerca del río Yarayó, del cual toma su nombre. Era de mampostería, de planta cuadrada y contaba con dos niveles. En su parte superior poseía una caseta o mirador. En el primer nivel existían varias aspilleras para la defensa con fusilería. Tenía capacidad para 20 hombres sin cañones. Formaba parte de os fuertes proyectados para defender la plaza.
El Fuerte de San Antonio se construyó en los terrenos de la finca Los Olmos, con carácter permanente y con capacidad para 30 hombres sin artillería. Dominaba con sus fuegos todo el valle y Camino de San Antonio. Se llamó así por existir en ese lugar el templo de San Antonio Papua.
El Fuerte de Santa Úrsula estaba situado en una altura del Camino de la Laguna. Su nombre se debió a la calle homónima. Era de mampostería, construcción sólida y mejor situada estratégicamente, con servicios permanentes. En sus primeros años no tuvo cañones, siendo artillado al final de la guerra cuando el asedio a la plaza por los ejércitos cubano y norteamericano.
El Fuerte de Santa Inés estaba emplazado sobre el Paseo de Concha (hoy Paseo Martí), en los terrenos de la Finca de San Nicolás de Espanta Sueño; y dominaba con sus fuegos todo el Valle de Santa Inés. Se nombró así por la calle aledaña llamada Santa Inés. Era de construcción permanente y con capacidad para una compañía.
El Fuerte de La Beneficencia se encontraba emplazado en una pequeña altura sobre La Trocha, cerca de la Beneficencia. Tenía una situación privilegiada, ya que dominaba los alrededores accidentados y el llamado Camino de don Alonso. Contaba con capacidad para 25 hombres y no poseía artillería.
Continuando con la línea paralela a La Trocha, y sobre la meseta de una gran elevación del terreno, se erigió el Fuerte del Horno, nombrado así por haber existido allí un horno de cal. Era de madera y zinc sobre bases de mampostería, con numerosas aspilleras y servía de vigilancia eficaz por su posición privilegiada, al dominar La Trocha, parte de la ciudad y el camino hacia el Morro. Por la altura de su ubicación se designaba con el nombre de la Loma del Quequi, posiblemente por su figura. Contaba con 25 hombres. Hoy los santiagueros conocen el sitio como el Parque del Fuerte.
Fuerte Palomar, desde donde se establecía el sistema de comunicaciones del Ejército Español.
El Torreón del Palomar, construido de modo permanente dentro del recinto de la plaza, se utilizó para la comunicación entre los fuertes. Estaba situado entre la Iglesia de santa Ana y el Hospital Militar. Destinado primeramente al servicio de palomas mensajeras; luego fue instalado un heliógrafo, teniendo en cuanta que su ubicación en el sitio más elevado de la ciudad, permitía su visibilidad desde el resto de los Fuertes de Santiago de Cuba.
Al reiniciarse la Guerra de Independencia, el 24 de febrero de 1895, el gobierno militar español ordenó una serie de instrucciones para mantener el control y orden de la ciudad de Santiago de Cuba para protegerse de los ataques de las fuerzas insurrectas y evitar la comunicación de la población con los mambises, pues el auge que había tomado el movimiento liberador y la simpatía que con que gozaba éste por parte de los pobladores, obligó a las autoridades a pensar en cómo proteger sus intereses y la necesidad de crear un sistema defensivo que enfrentara y aplastara cualquier ataque del exterior, razón por la que continuó la ampliación y construcción de fuertes en los extremos de la ciudad, así como la creación del gigantesco y complejo sistema de alambradas.
Muchos de los fuertes y cuarteles construidos durante la Guerra de los Diez Años fueron aumentados con otros y reforzados en la del 95 hasta los últimos días del asedio a la plaza por parte de las fuerzas cubanas y norteamericanas.
El Fuerte de Gasómetro se construyó durante la última guerra de independencia. Se llamaba así por estar próximo a la fábrica de gas, que era el fluido que servía para el alumbrado público y privado. Estaba emplazado en una elevación que dominaba La Trocha y la referida fábrica. Era de madera y zinc sobre bases de mampostería. No tenía artillería y podía contar hasta con 25 hombres.
El Fuerte de las Cañadas estaba emplazado a continuación el Fuerte de Santa Úrsula, como avanzada de éste, a la derecha, del Camino de La Laguna. Construido durante la Guerra del 95, con gruesos tablones y zinc sobre bases de mampostería, contaba con capacidad para 25 hombres sin artillería.
El Fuerte de La Pedrera se hallaba en una pequeña altura, al final de la calle General Escario, entre las calles San Miguel y Pedrera, de esta última toma su nombre. Dominaba el Valle del Guayabito. Fue construido durante la última de las guerras de independencia, con madera y zinc. Contaba con la misma capacidad que el anterior.
El Fuerte de Canosa estaba emplazado en una altura donde se bifurcaban los caminos del Caney y San Juan. Su construcción data de la guerra de 1895, con las mismas características que los antes mencionados. Era una avanzada, dado su alojamiento, de las alambradas y portillos de esa parte. Debía su nombre a un jefe de la guerrilla de la zona.
El Fuerte de Espanta Sueño se construyó encima de la antigua casa del demolido ingenio San Nicolás de Espanta Sueño (en la zona que hoy ocupa la cafetería aledaña al Palacio de Justicia). Ayudó a la defensa de la plaza durante los asedios de la Guerra Hispano Cubana Norteamericana.
El Fuerte Benéfico o Nuevo Fuerte, se llamó así por estar situado detrás del Centro Benéfico de los Dependientes del Comercio de la ciudad, asociación que se hallaba en el antiguo sanatorio del Centro de la Colonia Española. Edificado durante la guerra de 1895, tenía una capacidad para 25 hombres y carecía de artillería.
El Fuerte de Cuabitas estaba situado a la salida del Camino de Cuabitas, encima de una pequeña elevación. Estaba construido con tablones y zinc sobre bases de mampostería, con cabida para 20 hombres y sin cañones.
Cerca del Paseo de Concha se construyó el Fuerte de Cuartelillo, el cual debió su nombre a la calle homónima.
En la prolongación de la calle San Agustín se construyó el Fuerte Último, nombrado de esta forma por haberse levantado al finalizar la contienda de 1895.
La Plaza de Toro del Paseo de Concha era considerado también como una fortificación
La Plaza de Toros, gran anfiteatro de madera, se consideraba un punto fortificado que ayudaba a la defensa del Norte de la Villa por estar emplazada sobre el Paseo de Concha, a la salida del Camino de San Antonio y ocupado por fuerzas militares.
La entrada a la bahía contaba con el Castillo del Morro y más al Este, con la fortaleza de Aguadores y el Fuerte de Sardinero; al Oeste con la fortaleza de cabañas, la batería de Someruelos y dentro del puerto, la fortaleza de La Estrella y la batería de santa catalina, dependientes estas últimas del Castillo del Morro
También existían fuertes en la llamada Carbonera de Buenavista, en la Cruz y Cayo Duán y el Polvorín de Cayo Ratones, además de un depósito de materiales inflamables que, a pesar de no ser un fuerte, tenía como objetivo impedir la sustracción o el incendio de los materiales que contenía. A uno y otro lado de ese edificio, se construyeron dos fortines de madera y zinc, con capacidad para cinco hombres cada uno.
Estos fuertes que circulaban la ciudad, tenían la finalidad de que, en caso de cualquier ataque, sus fuerzas se cruzaran y pudieran defender la villa. Eran guarnecidos por soldados de línea; cuerpo de la guardia civil y fuerzas de caballería que realizaban las rondas constantemente por las trincheras situadas en ellos.
En el transcurso de esta contienda bélica, se instauró en el Torreón del Palomar, un heliógrafo, el cual se comunicaba con otro instalado en la azotea de la Comandancia de Ingenieros y con los de los fuertes que se hallaban por el Este, Norte y Oeste.
Durante la noche, el servicio de señales se prestaba por medio de luces de bengala y cohetes detonantes de gran altura. Por su posición privilegiada, al encontrarse ubicado en la parte más alta de la ciudad, podía ser divisado por todos los fuertes situados alrededor de las alambradas.
En octubre de 1895, el núcleo urbano de Santiago de Cuba, fue literalmente cercado por el sistema de alambradas, férreo cinturón de alambres de púas que consistía en siete kilómetros y medio de extensión por seis metros de ancho, como una gran herradura, apoyado en firmes troncos de rústica madera. Tenía como finalidad aislar a la urbe del campo exterior, evitando su contacto con el movimiento independentista. Limitaba al Norte con el Paseo de Concha, iniciaba su recorrido en le Matadero, hacia el Camino del Cobre, pasaba por detrás del Fuerte de Yarayó, en una gran línea recta y paralela a todo lo largo del Paseo de Concha hasta llegar al Fuerte de Cuartelillo donde cambiaba su rumbo, descendiendo hacia la izquierda, con dirección a la entrada del Caney, pasando por detrás del Cuartel Reina Mercedes, frente a la portería de la finca del demolido ingenio San Nicolás de Espanta Sueño. Continuaba en dirección Sur, por detrás del Fuerte de Santa Úrsula atravesando el Camino de La Laguna hasta la prolongación de la calle Santa Rita, hacia La Trocha, por detrás del Centro Benéfico y La Colonia Española, ascendiendo la Loma del Quequi, por el Fuerte de Gasómetro o fábrica de gas y la denominada calle Gasómetro, culminando en Punta Blanca.
Reforzaban este cinturón 4 000 metros de zanjas y trincheras, cuyo principal objetivo era obstaculizar el tránsito de cabalgaduras y vehículos, interrumpido sólo a largos trechos, por portillos de salida, situados frente a cada camino, custodiado de día y de noche por la guardia civil, la que exigía una cédula personal a cuantas personas entrasen o saliesen, documento de obligada justificación y además un pase, que en cada caso expedía el Estado Mayor de la Comandancia General Militar.
También se hacía un minucioso registro de cajas, bultos, paquetes y correspondencia; los portillos se abrían a las seis de la mañana y se cerraban a las seis de la tarde para dar paso al público con los previos requisitos.
El espacio de terreno entre la primera cerca y la red principal de la alambrada era recorrido cada día por un servicio de rondas realizadas por miembros del cuerpo de la guardia civil y fuerzas de caballería. Estas rondas pasaban periódicamente constantemente durante las noches, a intervalos de tiempo estrictamente fijos.
Durante los tres arduos años de contienda, las alambradas fueron pródigas a interesantes episodios de la guerra libertadora. Circundada la ciudad de una línea de fuertes y alambradas, y existiendo la debida vigilancia, cada ataque exterior podía ser contenido y daba tiempo suficiente para la reunión de fuerzas. Existía un sistema de control entre los cuarteles y torreones para caso de un ataque.
Con esto quedaban reseñados los puntos fortificados dentro de la plaza, pero fuera del recinto de ella existieron otros, siendo los más próximos el de Arroyo Hondo, el de san Luis y El Pozo, hacia el Este de la Plaza, el de Dos caminos del Cobre, el de General Borges y el de Caimanes.
“Los españoles todos los días construyeron un fuerte más…parece que pretenden no dejar nunca esta tierra” [2]
El sistema de defensa que caracterizó la plaza de Santiago de Cuba fue efectivo en sus primeros momentos, capaz de aplastar cualquier intento de rebelión interna y rechazar toda tentativa de apoyo externo, pues ante el empuje de las fuerzas mambisas en esta zona oriental y el apoyo incondicional de la población urbana que burlaba la vigilancia de los fuertes y portillos en las alambradas, hizo que poco a poco la función de éstos fuera perdiendo importancia ante el triunfo inminente de las huestes cubanas frente al gobierno español.
[1] La acotación es de Santiago en mi
[2] Emilio Bacardí Moreau. Crónicas de Santiago