¿Qué motivos ocultos, íntimos, qué profundidades de nuestras introspecciones o extroversiones nos impulsan a escribir un blog? Según algunos autores, diversas son las razones: la necesidad de expresión, el interés por dar cuenta de su paso por el mundo, la intención de conocer gente, la búsqueda de visibilidad, la moda, entre otras tantas que podemos no imaginar[1].
Recuerdo la disyuntiva a la que me enfrenté cuando decidí exponer mis ideas, mi estilo (si es que existe tal) a la luz pública, a la mirada indiscreta de la web; al criterio silencioso, ignorado a veces, de cientos de lectores; algunos pasajeros, otros de una fidelidad admirable, los más, azarosos. Confieso que mis intenciones eran más egocéntricas, más intimistas, de ahí el nombre de un blog efímero, casi no-blog, donde un rincón invitaba a la confidencia de sentimientos e ideas. Tal vez no estaba preparado para «desnudar» mis palabras, mis ideas, mis sentidos. Aquel rincón se perdió para siempre en la sabia duda.
Pero quedaban las ganas, estas palabras apretujadas en mí, agolpándose en el pecho, en la mente, en insomnios, en los dedos analfabetos de tinta y papel, tan comprometidos con su siglo. Luego, cómo encausar los frustrados pasados de mis innúmeros, cómo salvar las intenciones añejas.
Se pierde así, entre las malezas de tantos meses, de tantas experiencias, de cientos de publicaciones, la idea nutricia de Santiago en mí. Tal vez los resabios de una larga época de estudios, a novecientos sesenta y nueve quilómetros del terruño, en medio de un voraz ciudad donde los gentilicios de esta parte de la Isla se funden en el peyorativo común de palestinos. Tal vez la semilla sembrada en conversaciones con mi abuelo, en tiempos que se me pierden entre juegos infantiles o tropelías adolescentes. Un día escogí a la ciudad como compañera de viajes por un mundo nuevo; ciudad confidente que, voluptuosa, se abrió a mis curiosidades, me entregó sus misterios y, en alardes de divinidad, me ofreció más de un asidero cuando escasearon las palabras o las ideas se perdían entre las vulgaridades del diario. Me regaló la ciudad algunas de sus desconocidas poses de aquellos años que se cuentan en centenas, la posibilidad de verla desde la deliciosa distancia de la historia, la novedad de las calles añejas. Sin embargo, estos afanes pronto superaron la minúscula individualidad. El compromiso suelta sus amarres y desde la orilla lo miro alejarse, impulsado por curiosidades ajenas, por otras humanidades sedientas de saber, escrutadora de pasados (y presentes). Entonces llega el momento de replantearse estrategias, de abogar por un caminar más pausado que permita tomar el aliento para seguir, constante, en este redescubrimiento de la ciudad.
Me acojo al término usado por un amigo , wiki-blog, para soportar este nuevo derrotero en el cual, he de nutrir estas páginas, como no pocas veces lo he hecho, de mostrar esta ciudad, mía y de todos los que así la sientan, a través de la múltiple mirada escrutadora de los que en la web, de disímiles formas, le dedican un espacio. Ese afán chovinista (lo reconozco) de exponer, con la misma celeridad con que la suerte, los ánimos (¡esos ánimos de la nostalgia!) y el tiempo, me hicieron redescubrir la séptima de las villas cubanas, quedan, al menos por un tiempo ignoto, necesariamente atrás.
La ciudad esta viva, rejuvenecida, eterna, omnipresente. De ella, de su vivir, de mi andar por sus sinuosidades, necesariamente habrán de brotar nuevas crónicas, nuevos temas, nuevos puntos de vista que tienen desde ya su espacio reservado. De nuestro silencioso pacto, de la complicidad surgida en estos meses de camino, restan cuartillas por gestar, historias por desempolvar, fotos por mostrar.
Pero ahora pido un breve espacio a la ciudad, y confío su centenaria tolerancia (sólo propia de ciudades, que no de HOMBRES) para recuperar alientos, asimilar novedades, retomar caminos.
Aquí está Santiago, en mí; en estas páginas que quedan, que están; en las que estarán, sin dudas, más propias, más ajenas, pero ciertas. Acá está el Santiago que he querido mostrar, el que habita en mí, al que pertenezco de siempre. Este es mí Santiago, el que les ofrezco, similar y a la vez tan distinto al de otros; pero confío que en él, han logrado hallar lo buscado. Mientras tanto, yo buscaré dónde verter estas otras musas hambrientas que revolotean en mi interior. En qué páginas cabrán tantas nuevas historias, tantos resabios, tantas Introspecciones, aún no lo sé. Quizás nos redescubramos desde otro blog que ya se hace necesario. Parece que, después de todo, habré de hacerme de mi propio rincón.
El nuevo rumbo no me preocupa, porque a la vista tengo el faro de Santiago anunciando el puerto seguro entre el abrazo de las montañas.
[1] Flores, D. (2008). En busca del sujeto extraviado. Reflexiones en torno al estudio de blogs. Diálogos de la Comunicación, 76. Recuperado el 24 de marzo de 2011, de http://www.dialogosfelafacs.net/76/articulo_resultado.php?v_idcodigo=65=11