Santiago en mí

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Apagón

Apagones. Autor: Roberto Botta

De pronto la ciudad quedó a oscuras. Todas las luces se perdieron en un murmullo ahogado y la vida se detuvo un instante: en una esquina un hombre quedó con la mano alzada, sosteniendo la ficha de dominó que no llegó a ocupar su lugar; la viejecita que salía de su hogar se aferró a la puerta en una duda; la mujer se detuvo en medio de la cocina sin saber qué hacer con la olla que sostiene en las manos…

Poco a poco, a medida que las pupilas absorben los restos de luz que llenan el espacio, la vida va retomando su curso. La ficha de dominó cae estruendosamente sobre la mesa de juego, arrancando improperios a los que se reúnen a su alrededor; la viejecita regresa sobre sus pasos cansinos hacia la seguridad de su hogar; la mujer logra colocar la olla sobre una meseta cercana y comienza a buscar a tientas la pequeña caja de fósforos…

Los niños asaltan en masas las brumas de las calles, libres de pesadas tareas escolares, de la hora del baño, o del ceño fruncido de la madre en anuncio de un regaño. Son una sombra más entre tantas que se desdibujan en la oscuridad, caminando con pasos inseguros, o sentadas bajo el umbral de las puertas, creciendo y desapareciendo a los antojos de los focos de algún automóvil que pasa veloz, dejando tras de sí una lobreguez silenciosa.

En las casas los criterios se dividen: el padre se queja por no poder ver el partido de pelota, la madre porque “la novela estaba buenísima hoy”, la abuela se persigna alejando espíritus (o la muerte que tal vez ande al acecho) y los novios comparten osadías y ahogan gemidos delatores; ruegan porque el apagón dure una eternidad.

Absortos en sus propias miserias, pocos miran al cielo. Solo el joven pintor que en su estudio-taller acaricia pinceles y reclama a sus musas, halla en la bóveda estrellada motivo para su inspiración.

Cuando la ciudad recupere sus luces en un grito de júbilo y el tiempo parezca acelerarse en el ir y venir de sus habitantes; entonces, solo entonces, la verdadera poesía del apagón quedará plasmada sobre el lienzo.

 

Noche estrellada. Autor: Roberto Botta

Regresos (II)

En ocasiones el regreso comienza mucho antes de abordar el ómnibus, el tren o el avión que nos ha de devolver a nuestra cotidianidad. Como siempre, la mente es la primera en emprender el viaje, incluso en los lugares y las situaciones más extraordinarias; entonces no es raro caminar por la Rampa habanera con las imágenes de una urbe mucho más lejana y sinuosa, atestando los sentidos.

Santiago reclama, desde su distancia omnipresente, sus espacios en mí. Vivo los últimos días de la estancia capitalina en una especie de duermevela: una sucesión de imágenes superpuestas donde la realidad se desdibuja en los deseos por desandar las rutas aprehendidas durante toda una vida, un preámbulo de episodios aún no vividos, el desenlace de historias pospuestas de las cuales es imposible (lo reconozco) huir.

¿Cuánto puede cambiar una ciudad, su historia, en el curso de una semana? ¿Cuánto puede cambiar con ella la singularidad de un individuo?

La respuesta a la primera pregunta me llega en un centenar de noticias gestadas en el diario de la ciudad: un nuevo sismo que apenas despierta ociosos resquemores; una, a mi entender, demorada declaración de Monumento Nacional al poblado de El Cobre; los ecos de una extraordinaria fiesta del disco cubano.

La segunda pregunta, por su parte, sólo tendrá respuesta con el pasar de los días.

En esta ocasión, esa imagen recurrente, tantas veces disfrutada, de la ciudad emergiendo de entre las laderas que se abren generosas al camino que abraza y despide a los viajeros, se me pierde en las brumas de la madrugada y el agotamiento. Despierto ya en medio del bostezo ajetreado de la ciudad que también amanece (¿o no ha dormido?).

Hoy, retomo los pasos donde los dejé, quizás no en el mismo sitio, pero sí con similares anhelos y temores. Por suerte, la ciudad es la misma (aparentemente). El reto está en el futuro.

Estrena el artista de la plástica santiaguero, Roberto Botta, su blog-galería.

Atento al avance de las nuevas tecnologías y la necesidad de promocionar el arte joven que se realiza en Santiago de Cuba, el artista plástico santiaguero Roberto Botta, estrena un blog-galería desde el cual se podrá acceder a lo más reciente de su producción artística, además de recoge una muestra digital de cuanto ha sido su trayectoria hasta la actualidad.

Nacido en Santiago de Cuba el 7 de abril de 1982, Botta, miembro dela Asociación Hermanos Saízen esta provincia, incursiona ahora en el mundo de los blogs aprovechandola plataforma WordPresspara compartir su arte a todos los internautas.

En su blog, el artista define su obra en los siguientes términos:

Ha sido siempre objeto constante de interés e inquietud en mi obra, la conducta psicológica del ser humano y su interacción con los de su grupo y especie, o sea, para ser más exacto, el «individuo», a la vez que pretendo analizar la veracidad del término. La pregunta que me formulo, trato de responder y demostrar, es hasta dónde en realidad somos individuos (de individuales: capaces de responder autónomamente a nuestros dictámenes sin sufrir las interferencias objetivas y subjetivas del grupo al que pertenecemos).

No pretendo nunca representar la realidad tal y como la procesan mis sentidos, le atribuyo soluciones pictóricas a manera de íconos, símbolos o personajes, empleando siempre la combinación de técnicas pictóricas en un intento de mantenerme investigando las posibilidades que oferta la pintura con sus disímiles técnicas y los resultados visuales novedosos para mí que esta puede arrojar.

Le deseamos suerte en este nuevo proyecto y desde acá le agradecemos el brindarnos la oportunidad de entrar en contacto el arte joven santiaguero.

Puede acceder al blog del artista desde el siguiente vínculo: Roberto Botta

Declaración

¿Qué motivos ocultos, íntimos, qué profundidades de nuestras introspecciones o extroversiones nos impulsan a escribir un blog? Según algunos autores, diversas son las razones: la necesidad de expresión, el interés por dar cuenta de su paso por el mundo, la intención de conocer gente, la búsqueda de visibilidad, la moda, entre otras tantas que podemos no imaginar[1].

Recuerdo la disyuntiva a la que me enfrenté cuando decidí exponer mis ideas, mi estilo (si es que existe tal) a la luz pública, a la mirada indiscreta de la web; al criterio silencioso, ignorado a veces, de cientos de lectores; algunos pasajeros, otros de una fidelidad admirable, los más, azarosos. Confieso que mis intenciones eran más egocéntricas, más intimistas, de ahí el nombre de un blog efímero, casi no-blog, donde un rincón invitaba a la confidencia de sentimientos e ideas. Tal vez no estaba preparado para «desnudar» mis palabras, mis ideas, mis sentidos. Aquel rincón se perdió para siempre en la sabia duda.

Pero quedaban las ganas, estas palabras apretujadas en mí, agolpándose en el pecho, en la mente, en insomnios, en los dedos analfabetos de tinta y papel, tan comprometidos con su siglo. Luego, cómo encausar los frustrados pasados de mis innúmeros, cómo salvar las intenciones añejas.

Se pierde así, entre las malezas de tantos meses, de tantas experiencias, de cientos de publicaciones, la idea nutricia de Santiago en mí. Tal vez los resabios de una larga época de estudios, a novecientos sesenta y nueve quilómetros del terruño, en medio de un voraz ciudad donde los gentilicios de esta parte de la Isla se funden en el peyorativo común de palestinos. Tal vez la semilla sembrada en conversaciones con mi abuelo, en tiempos que se me pierden entre juegos infantiles o tropelías adolescentes. Un día escogí a la ciudad como compañera de viajes por un mundo nuevo; ciudad confidente que, voluptuosa, se abrió a mis curiosidades, me entregó sus misterios y, en alardes de divinidad, me ofreció más de un asidero cuando escasearon las palabras o las ideas se perdían entre las vulgaridades del diario. Me regaló la ciudad algunas de sus desconocidas poses de aquellos años que se cuentan en centenas, la posibilidad de verla desde la deliciosa distancia de la historia, la novedad de las calles añejas. Sin embargo, estos afanes pronto superaron la minúscula individualidad. El compromiso suelta sus amarres y desde la orilla lo miro alejarse, impulsado por curiosidades ajenas, por otras humanidades sedientas de saber, escrutadora de pasados (y presentes). Entonces llega el momento de replantearse estrategias, de abogar por un caminar más pausado que permita tomar el aliento para seguir, constante, en este redescubrimiento de la ciudad.

Me acojo al término usado por un amigo , wiki-blog, para soportar este nuevo derrotero en el cual, he de nutrir estas páginas, como no pocas veces lo he hecho, de mostrar esta ciudad, mía y de todos los que así la sientan, a través de la múltiple mirada escrutadora de los que en la web, de disímiles formas, le dedican un espacio. Ese afán chovinista (lo reconozco) de exponer, con la misma celeridad con que la suerte, los ánimos (¡esos ánimos de la nostalgia!) y el tiempo, me hicieron redescubrir la séptima de las villas cubanas, quedan, al menos por un tiempo ignoto, necesariamente atrás.

La ciudad esta viva, rejuvenecida, eterna, omnipresente. De ella, de su vivir, de mi andar por sus sinuosidades, necesariamente habrán de brotar nuevas crónicas, nuevos temas, nuevos puntos de vista que tienen desde ya su espacio reservado. De nuestro silencioso pacto, de la complicidad surgida en estos meses de camino, restan cuartillas por gestar, historias por desempolvar, fotos por mostrar.

Pero ahora pido un breve espacio a la ciudad, y confío su centenaria tolerancia (sólo propia de ciudades, que no de HOMBRES) para recuperar alientos, asimilar novedades, retomar caminos.

Aquí está Santiago, en mí; en estas páginas que quedan, que están; en las que estarán, sin dudas, más propias, más ajenas, pero ciertas. Acá está el Santiago que he querido mostrar, el que habita en mí, al que pertenezco de siempre. Este es mí Santiago, el que les ofrezco, similar y a la vez tan distinto al de otros; pero confío que en él, han logrado hallar lo buscado. Mientras tanto, yo buscaré dónde verter estas otras musas hambrientas que revolotean en mi interior. En qué páginas cabrán tantas nuevas historias, tantos resabios, tantas Introspecciones, aún no lo sé. Quizás nos redescubramos desde otro blog que ya se hace necesario. Parece que, después de todo, habré de hacerme de mi propio rincón.

El nuevo rumbo no me preocupa, porque a la vista tengo el faro de Santiago anunciando el puerto seguro entre el abrazo de las montañas.

 

[1] Flores, D. (2008). En busca del sujeto extraviado. Reflexiones en torno al estudio de blogs. Diálogos de la Comunicación, 76. Recuperado el 24 de marzo de 2011, de http://www.dialogosfelafacs.net/76/articulo_resultado.php?v_idcodigo=65=11

 

 

Una ciudad, miles de ciudades

Hay instantes, etapas, épocas, en las que las sensibilidades andan a flor de piel; entonces, ese mundo nuestro, el tantas veces acusado de inamovible, monótono, perpetuo, se nos revela con nuevos matices e intensidades que nos sorprenden y, a la vez, renueva nuestra confianza en lo maravilloso.

Y creo que hice bien en declarar desde el principio ese mundo nuestro, porque, en esencia, lo que nos rodea no es más que un reflejo personal de una realidad preexistente, es la propia reconstrucción que hacemos, desde nuestras percepciones, desde nuestros recuerdos y vivencias, de ese entorno en el cual nos desarrollamos en ese diario que se llama vivir.

La ciudad no escapa de esta metamorfosis sensorial. Por el contrario, no creo hallar mejor ejemplo de cuanto digo que una ciudad, por ser ella el campo de nuestras acciones y, a la vez, la fuente de nuestras percepciones.

Cada ciudad es, potencialmente, miles (millones) de ciudades. Y no desde la aritmética sencilla del sumar cada uno de sus habitantes, sino desde la compleja matemática de ese otro mundo (inmenso, convulso y misterioso) que resulta la individualidad del ser humano.

De una de mis primeras lecturas de Saramago guardo una extensa cita que ha marcado profundamente mis creencias en el ser humano, y que en cierta medida creo que todos compartimos. Dice el universal portugués (y aquí, adrede, les transcribo un fragmento de la cita):

Viven en nosotros innúmeros (…) y de tantos innumerables que en mí viven, yo soy cuál, quién, qué pensamientos y sensaciones serán las que no comparto por pertenecerme a mí solo, quién soy yo que los otros no sean, o hayan sido o sean alguna vez.

Si damos por cierta nuestro carácter plural, entonces nos es más fácil entender esa volubilidad de nuestro entorno puesto que cada uno de nuestros innúmeros percibiría a la ciudad desde su propia naturaleza “individual”.

No obstante, pienso que para ser testigos activos de esa multiplicidad, se requiere de una sensibilidad exaltada, ya sea por don ¿divino? (natural, genético), tal y como ocurre a los artistas; o por sucesos que nos conmocionen (positiva o negativamente). Ambos casos son condiciones que se repiten durante la vida (incluso los artistas de mayor sensibilidad han de buscar experiencias que nutran ese don de llevar al arte la realidad), y cada una de ellas (llamémosle cada nueva experiencia) va conformando nuestra verdadera ciudad.

De esta forma, cada esquina, cada calle, cada parque, balcón, corredor, boulevard, adoptará la forma de nuestras experiencias en ellos. Ya la esquina no será la esquina, sino el lugar del encuentro fortuito; ya el parque no será el parque, sino el escenario del primer beso (o de la ruptura); ya la calle no será la calle, sino el camino que nos lleva hacia alguien o algo; y así, en un ciclo infinito que se renueva según nuestras propias vivencias.

Claro, también está el aporte físico, palpable, real, de la ciudad. Pocos la conocen en su totalidad. El día a día individual nos da una imagen sesgada de ella. Así, Santiago, para algunos, no es más grande que aquella villa primigenia que se escapaba del mar hasta la Ermita de Dolores; otros la extienden en una horizontalidad impuesta por los medios de transporte; no pocos la ven desde las nocturnidades bohemias de sus pasos; los menos, y más afortunados, son capaces de ubicarse en cualquiera de sus extensiones con sólo un risible esfuerzo mental; pero, incluso éstos, ¿cuán seguro están de conocer la ciudad? Creo que no mucho, y ellos mismos se sorprenderán redescubriendo barrios, callejones, parques, según sus propias historias vividas en ellos.

Es una estrategia interesante que adopta la ciudad para reinventarse; ¿o nosotros para reinventarla?, para no caer en la tentación de ceder a su fachada añeja, para renovar, con ella, ese amor que nos ata a sus perfiles empinados y a sus calles angostas, para convencernos que no hay barrios marginales sino marginados; para sentir que, en definitiva, la ciudad somos todos.

 

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